Llega el Adviento. El tiempo de preparación para celebrar el nacimiento de Jesucristo; para celebrar la Navidad. Pero curiosamente la mayoría de nuestras ciudades, pueblos y barrios, ya han encendido su alumbrado navideño, ya suenan los villancicos e, incluso, ya nos vamos de “cena de empresa por Navidad”. Sin prepararnos, pues ya estamos celebrando.
Reivindico el silencio en Adviento. Imaginemos, por un momento, cómo sería la música si en ella no existieran los silencios. Sería imposible ya que, esos compases de espera, esos momentos en los que la partitura sigue teniendo vida pero no hay sonido alguno, son necesarios para poder tomar aliento y, de esa forma, se pueda seguir llevando a cabo la grandeza de la armonía.
Puede que no estéis de acuerdo conmigo, pero yo pienso que a toda persona en su vida le es necesario el silencio. Y es que el silencio es algo fundamental; ¡necesitamos mucho silencio! Pero no un silencio que nos aísle, no; se trata de un silencio que nos ayude a seguir construyendo el futuro. El creyente en Adviento debe guardar silencio. Pero un silencio expectante, es un silencio que escucha. Necesitamos, durante estas cuatro semanas, poner cierto orden en nuestra vida interior, cuidarla, atenderla en lo que es necesario. Por eso en Adviento, el silencio tiene que tener un apartado especial, gustarlo, cultivarlo.
Ojalá que durante los días de Adviento, previos al nacimiento de Cristo, impere el silencio. Que dejen de sonar los villancicos, y que los centros comerciales desconecten sus luces con música. Es necesario que se callen, que haya silencio para que se pueda escuchar el latir de la esperanza, de lo nuevo. Porque el nacimiento de Cristo nos tiene que impulsar a trabajar para que un mundo lleno de mal, se transforme en un mundo, ya ahora, preñado de un futuro mejor. Y ello necesita antes de mucho, pero que mucho silencio.

Fr. Ángel Fariña, O.P.