El humor y la risa son fuente de salud. Neurólogos, biólogos y médicos, psicólogos y terapeutas lo señalan constantemente. El humor y la risa intervienen en el buen funcionamiento de los sistemas circulatorio, respiratorio, nervioso e inmunológico, nos ayuda a combatir el estrés y a mejorar las relaciones interpersonales sociales, familiares y de trabajo. El humor permite la reevaluación de situaciones, la toma de decisiones y el manejo de la ansiedad. Nos permite aprender y reír al mismo tiempo, nos enseña a estar menos a la defensiva y tener un punto de vista más favorable de las situaciones que nos ocurren. Obtenemos un efecto analgésico, curativo y beneficioso a nivel físico, espiritual y social. Al tratar de forma humorística los aspectos que nos provocan tristeza, dolor o sufrimiento, se logra dar tregua a los sentimientos negativos y contrarrestarlos, con el propósito de encontrar en cada situación una enseñanza, una posible explicación o simplemente una forma de sobrellevar aquellas cosas que aún no comprendemos o que nos hacen daño, teniendo la paciencia y la confianza de que lograremos entenderlas o superarlas… o al menos convivir con ellas.
Desde luego que no todo humor es igual. Sabemos de muy diferentes tipos de humor, y como todo en la vida, más que de lo que se trate en sí, suele ser la intención, la actitud que mueve los actos, la que les da el verdadero valor. Reírse inocente y espontáneamente de una caída – porque nos parece absurdo o hilarante -, es muy diferente a provocar una caída para poder reírnos… aquello del “me río contigo y no de ti”.
Me resisto de todos modos a llamar “humor” a la habilidad histriónica e hiriente de utilizar el ridículo y la risa como fuente de daño, de humillación o de dolor… el humor de verdad tiene que ver con la bondad, la naturalidad y el amor, más que con el sufrimiento. Y el lenguaje popular lo sabe bien cuando señala que hay actitudes que “tienen muy poca gracia”.
Y ahí está el quid de la cuestión… y el enlace del humor con la dimensión creyente y de fe en el Dios de Jesucristo. En la “Gracia”.
Sin entrar en demasiadas disquisiciones teológicas, podemos decir que la Gracia no es sino el amor de Dios que transforma a la persona cuando ésta acoge a Dios y quiere vivir con Él. La Gracia no es magia, no es una energía o algo así. Es más sencillo y a la par más complejo… es el amor de Dios por el ser humano, y el amor de éste por Dios… y si hay amor, la vida se transforma en la dirección de Dios, y, en palabras de uno de los Padres de la Iglesia, San Ireneo, lo que Dios quiere, la dirección de Dios, es que el hombre viva de verdad.
Una vida de verdad. Plena, con sentido, disfrutada. Una vida que merezca la pena vivir. Una vida que merezca tal nombre para uno y para los demás. Una vida que tenga lo mejor y que haga lo mejor del hombre. Ese es el mensaje profundo del Evangelio. El secreto de la vida. Lo mejor del hombre.
Y el humor precisamente nos habla de éso. De todo cuanto puede ayudar al hombre a vivir mejor, a disfrutar de la vida, a vivir con más plenitud. Es la actitud que permite mirar el mundo desde otra perspectiva, tratar de ver las situaciones no con los ojos fijos en lo negativo, en el dolor, en el mal, en el pecado, no en lo que no entendemos, en lo que nos hace daño, en lo que nos duele, sino intentar vivir y mirar y actuar desde otra perspectiva. La perspectiva de lo hermoso, lo natural, lo sencillo, lo bueno, lo esperanzado. La perspectiva de la Gracia. La perspectiva de Dios. La perspectiva del amor, la bondad y la belleza.
El humor es una muestra extraordinaria de la dimensión de amor y benevolencia y agrado por la vida. El humor despierta la dimensión más lúdica y de disfrute de la existencia. Nos ayuda a vivir mejor, a disfrutar de la existencia. Es lo que más nos acerca a volver a ser como niños.
El humor, como camino de la Gracia, nos ayuda a vivir mejor, a disfrutar de la vida, y cuando se va convirtiendo en hábito, Aristóteles sabía de ésto, transforma la vida misma en la dirección del Dios de la Vida, del Dios de la risa, del Dios del Amor.
Cuánto de humor, por desgracia, nunca mejor dicho, falta en estos tiempos…

Fr. Vicente Niño, O.P.