Leía hace unos días estos datos sobre la “desigualdad” en el mundo publicados por Pobreza Cero:
– Tan sólo ocho hombres concentran tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad. – Los 1.810 milmillonarios de la lista Forbes de 2016 poseen en conjunto 6,5 billones de dólares, la misma riqueza que el 70% de la población más pobre de la humanidad. – El PIB mundial ha crecido entre 1990 y 2010, pero mientras el 10% más rico de la población ha acaparado un 48% del crecimiento, el 10% más pobre solo se ha beneficiado del 0,6%.
Y si hablaos de las mujeres…
– Realizan el 66% del trabajo en el mundo. – Solo reciben el 10% de los ingresos. – Reciben de media un salario 30% menor por el mismo trabajo. – Dedican el doble del tiempo que los hombres a trabajos no remunerados. – Solo poseen el 1% de la propiedad. – Representan el 70% de las personas pobres del planeta.
Cambiar esta realidad exige evidentemente adentrarse en cuestiones políticas, económicas, geoestratégicas, exige mancharse las manos, romper equidistancias, involucrarse, posicionarse. El Papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, nos dice que tenemos que decir NO a una economía de la exclusión, una economía que mata, que obedece a la ley del más fuerte, que margina a los pueblos, que fomenta una cultura del “descarte”. NO a la idolatría del dinero que convierte a los excluidos en “desechos sobrantes”.
Hay una evidente tentación, que es la de refugiarnos en una espiritualidad sin compromiso en el mundo, desencarnada, en una oración individualista y aferrarnos a falsas seguridades económicas y de poder.
El Papa Francisco nos invita a descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria.