Son las seis de la tarde. Llevo tres horas de clase seguidas con cinco minutos de descanso y aún me quedan otras tres por delante.  Soy incapaz de concentrarme. Así que me dispongo a escribir.
Analizo la situación.
Somos 70 alumnos matriculados, aproximadamente 40 acudimos a las clases,  y sólo conozco el nombre de 10 diez de ellos.
Tengo enfrente a un profesor, que lleva una hora sentado, leyendo una presentación de power point , que nos pasará al finalizar su “clase magistral”.  Y así, otros tantos.
No siempre el problema son los profesores, también lo son los contenidos.  Que la calidad escasea en la universidad es innegable.
El precio de la matricula son 1500 euros por curso (como mínimo). Este año no voy a recibir la beca MEC.
Tal vez debería estar escuchando o prestando atención. Me siento culpable por estar distraída.
Pero, ¿debo ser yo quién deba sentirse responsable de la situación?  
Al menos, me tranquiliza saber que parte del dinero va destinado a las prácticas, que tienen un peso fundamental en la formación de enfermería, mi futura profesión.
Y esas horas sí las aprovecho y disfruto.
Tengo  la suerte de contar como tutores de prácticas a profesionales sanitarios que transmiten vocación. Enseñan sin esperar nada a cambio.
Y enseñan bien.  Pero no es suficiente. La universidad que queremos queda lejos.

Almudena Monzó