Tengo el handicap de tener principios y no me los consigo quitar de encima. Ni el trabajo, ni en mi familia, ni con amigos ni en mi comunidad de Fe. Discuto, me etiquetan y prejuzgo, pierdo la razón y me empeño en saber quién es el bueno y quién es el malo en cada historia. No soy neutral ni apolítico, intento ser honesto en vez de ambiguo. Si me preguntan, contesto.
Ha llegado un momento en mi vida y en mi Fe en el que estoy dispuesto a perder por mis principios. Porque creo que eso significa ganar. Mi comodidad me incomoda y la de la gente con la que comparto vida aún más.
Cuento esto porque vi en una exposición sobre carteles cubanos uno que llamó mucho mi atención. Era el ‘Cristo Guerrillero’, obra de Camilo Torres Restrepo. En él se ve a Jesús con ropajes y semblante indígena y con un fusil en la espalda, dispuesto a luchar y a perder.
Se nos llena la boca criticando el conservadurismo de uno, la pasada de frenada de otro, quejándonos de la Iglesia que no nos representa. Pero tener principios es muy fácil y anteponerlos a nuestra comodidad es lo cristiano.
No hacen falta las armas, Jesús nunca las necesitó, pero tal vez podríamos ser un poco menos tibios y airear de puertas para afuera que no toleraremos que un representante de la Iglesia Católica predique desde el odio, la división y la propaganda política. Para eso, antes contestemos: ¿cuánto estamos dispuestos a perder?

Álvaro G. Devís