Estas semanas nos bombardean las publicaciones religiosas con la cuestión del Sínodo dedicado a los jóvenes. Me da la impresión, y espero estar equivocado, que se piensa que convocando un Sínodo sobre un tema concreto, se va a solucionar lo que se denomina “el problema de los jóvenes en la Iglesia”. Y yo creo, y de nuevo espero estar equivocado, que el resultado será otro documento para leer y, cuando lo termine, ese documento irá a la estantería con los demás documentos.
Gran parte del día la paso con jóvenes. Intento debatir y dialogar con ellos sobre muchos temas. Temas que a ellos les preocupan y se cuestionan, ya que se ven reflejados en ellos. Dentro del diálogo sale a relucir qué opina la Iglesia sobre dichos temas y por qué sigue opinando así. La temática siempre es la misma, es más, ya son todo un clásico un poco aburrido: La homosexualidad; por qué dos personas homosexuales no se pueden casar por la Iglesia. Las riquezas de la Iglesia; por qué no se vende todo lo que tiene la Iglesia para darlo a los pobres. El IBI; por qué la Iglesia no paga ciertos impuestos que sus padres sí tienen que pagar. El matrimonio de los sacerdotes; si los curas se casan sabrán más de la vida. El sacerdocio femenino; si las mujeres pudieran ser curas habría más igualdad en la Iglesia… y así surgen temas y temas y temas donde ellos se expresan con total libertad. Sinceramente me encanta escucharlos y aprendo mucho de ellos.
Pero dentro de esos diálogos y debates ha surgido una cuestión que me preocupa. Y me preocupa mucho. Los jóvenes no soportan que los que hemos decidido dedicar nuestra vida a Dios, seamos incongruentes con la decisión. Es cierto que nuestras incongruencias no les afectan para nada. No van a salir a la calle manifestándose porque seamos incongruentes, en tanto que no somos una parte esencial de su vida. Pero nuestras incongruencias a lo largo de la historia, dicho por ellos, les han alejado de Dios.
¿Es positivo hacer un Sínodo dedicado a los jóvenes? Evidentemente sí. Solo espero que el documento final no sea un recetario donde se nos indique cómo llenar de jóvenes los bancos de nuestras Iglesias. Espero, y confío en ello, que ese documento reflexione, de forma seria y profunda, sobre el por qué se vaciaron los bancos.

Fr, Ángel Fariña, OP