A raíz de la publicación del ensayo de Adela Cortina: ‘Aporofobia, el rechazo del pobre’, se ha hablado y escrito mucho sobre este neologismo acuñado por la autora en los años 90. La aporofobia hace referencia a la repugnancia, la hostilidad, el odio hacia las personas pobres, sin recursos o desamparadas.
Hay muchas actitudes racistas o xenófobas, que en realidad encajan perfectamente dentro de la definición de aporofobia. Lo cierto es que no se margina o discrimina a personas inmigrantes o a miembros de otras etnias cuando estas personas tienen patrimonio, recursos económicos o relevancia social o mediática.
Por contra, y jugando con la palabra, los cristianos deberíamos practicar la ‘aporofilia’: amor, solidaridad, compromiso con las personas pobres, indigentes, marginadas. Amor al pobre, no amor a la pobreza, pues como dice fr. Gustavo Gutiérrez, ‘la pobreza nunca es buena, nunca, porque siempre es muerte temprana e injusta’.
Pero no hay auténtico compromiso con los pobres, si no denunciamos también las causas de la pobreza. La mirada de Domingo de Guzmán era una mirada orante, lúcida y compasiva que le impulsó a la acción y al compromiso. Orantes, lúcidos y compasivos debemos ser también nosotros.
Está mirada quizás nos lleve a desinstalarnos para salir, como nos pide el papa Francisco, hacia las periferias existenciales. El compromiso con los más pobres, con los que no tienen voz, con los ‘torpes’, con los insignificantes, debería impregnar toda nuestra reflexión, oración y acción pastoral.

Fr. Ricardo Aguadé, O.P.