Sorprende y mucho el grado de enfrentamiento, de tensión y de odio que se puede llegar a alcanzar en la opinión sobre lo público. La política y las opiniones diferentes se han exacerbado de tal modo que amparados en esa sensación de impunidad de las redes sociales –Twitter especialmente…- se leen tremendas barbaridades que destilan odio, violencia y bilis, y lo que es peor, que se extienden y se expanden a las relaciones fuera de los espacios digitales. Pareciera que Hobbes vuelve a estar de moda y que se recupera la idea de que el hombre es un lobo para el hombre.
Se hace una política de confrontación que genera violencia y deshumanización. Se desea la muerte, la violación o yo que sé qué barbaridades, al que piensa distinto a mí: al que le gustan los toros, o la caza, al que cree en la unidad de España, al que no comparte el matrimonio homosexual, al que vota a un partido que no es el mío, al que tiene opiniones distintas sobre el hecho migratorio, al que asume los roles masculino y femenino de otro modo al del feminismo radical, al que se considera católico o al que opina diferente a mis convicciones… Y esos ejemplos están puestos adrede. El progresismo ideológico ha copiado del peor fascismo los métodos del matonismo, la agresión y la violencia. Tan enemigo que se ha considerado del totalitarismo de derechas, no esconde sino otra forma de totalitarismo dictatorial.
Las opiniones de los particulares son armas que se arrojan para acabar con el enemigo, los particulares son como peones de batalla que lanzan partidos, agrupaciones, agencias nacionales y demás entidades a la guerra política. Nuevos comisarios políticos a la caza de brujas. Y es que en eso están convirtiendo la en otro tiempo honorabilísima labor política: en una guerra en donde el otro –el que no piensa como yo…- se ha convertido en un enemigo detestable, maléfico y horrendo que merece la desaparición total…
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Dónde quedó el concepto clásico de democracia en el que se busca convivir y construir el bien común, incluso entre los diferentes? ¿cómo ha regresado el totalitarismo a nuestra convivencia? ¿cuándo la corrección política ha llegado a ser la policía del pensamiento que decreta delictivo lo que no es lo que ella dicta?
La cuestión de los límites es evidente. No todo vale, ni todo es respetable. El problema es que, como una nueva policía del pensamiento, esos límites se están poniendo sin la búsqueda del encuentro, del diálogo, del respeto al otro: sin la búsqueda de la Verdad. Los límites los marca lo políticamente correcto y los nuevos fanáticos que piensan que todo el que no opina como ellos, no sólo es que está equivocado, sino que no merece ni existir… extraña hipocresía que renuncia teóricamente al concepto mismo de verdad, pero que en la práctica asume que la “verdad” es lo que él piensa…
¿Cómo salir de aquí? Recuperando primero el mismo sentido común apegado a la realidad y lo concreto, a lo que es y lo que existe, no leyendo el mundo desde el prisma ideológico egoísta partidista que declara lo que yo quiero que sea el mundo, sino asumiendo el principio de realidad –lo cual no es aceptar sin más todo, sino asumir la urdimbre natural de lo que hay-; segundo recuperando la idea y la praxis misma del diálogo, que jamás es convencer de lo mío al otro, sino buscar juntos aceptando que el otro puede ser portador de verdades; y tercero recuperando el respeto al otro, viendo en el otro alguien digno de ser escuchado, no un enemigo, sino alguien portador de una intrínseca dignidad humana.
Hemos de convivir juntos, hemos de construir juntos nuestra sociedad, y jamás eso podrá hacerse eliminando al que no piensa como yo. La historia ya nos ha hecho ver que esa vía siempre ha acabado mal.

Vicente Niño O.P.