El ser humano siempre ha mostrado una sensibilidad y fascinación por el color, al punto de convertirse en un elemento entrelazado con los hechos, los objetos cotidianos o la mentalidad religiosa. De ese modo, a lo largo de la historia los colores han sido fuente de diferentes experiencias sensoriales pero también se han utilizado para transmitir ideas, sentimientos o una mentalidad concreta. Han sido marcadores de sesgos sociales, diferenciadores de género y configuradores de creencias, lo que les convirtió desde tiempos muy antiguos en un vehículo de transmisión de la cultura.
En este sentido, la percepción del color está cargada de una fuerte dimensión histórica. Los colores fueron y continúan siendo elementos clave de nuestros “rituales” (actos) pero no somos conscientes de ello y la mayoría de las veces desconocemos la totalidad de la carga simbólica que comportan. Un buen ejemplo de ello se observa con el color amarillo: en occidente, en líneas generales, posee una connotación simbólica negativa; es el color portador de la mala suerte, nuestras abuelas no quieren jugar con ese color en el parchís, los toreros no llevan su traje de luces amarillo y en el mundo del teatro no es el mejor color para un estreno.
Para poder conocer bien el significado de dicho color debemos situarnos en la Edad Media y en el contexto religioso del cristianismo, donde tendrá una permanencia muy fuerte. Una de las primeras referencias negativas al color amarillo la encontramos precisamente en la Biblia, en el Apocalipsis, en el momento en que se alude a los cuatro jinetes y sus caballos: “Cuando el Cordero rompió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: ¡Ven! Miré y vi aparecer un caballo amarillento. El que lo montaba se llamaba Muerte, y el Abismo lo seguía” (Ap. 6, 8).
Tampoco debemos olvidar que la vestimenta y la moda tendrán un papel muy importante en la época bajomedieval, siendo el simbolismo de los colores el eje vertebrador de las clases sociales. El arte seguirá las mismas normas estéticas y simbólicas de la vida del ciudadano medieval convirtiéndose, de ese modo, en un reflejo de la mentalidad de la época. Y lo podemos ver perfectamente plasmado en la representación de María Magdalena.
“Después de esto, Jesús caminaba por pueblos y aldeas predicando y anunciando el reino de Dios. Iban con él los doce y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había expulsado siete demonios” (Lc 8, 1-2). Así es como la Biblia nos presenta a María Magdalena: una mujer que fue sanada de su enfermedad. Con el paso del tiempo se realizaron asociaciones posteriores, sin ninguna base bíblica, que le confirieron la categoría social de prostituta. Esto provocó que en la representación artística, María Magdalena fuera representada como tal, presentándola con todos los atributos característicos de su condición social, además de una indumentaria amarilla que remarcaba la simbología de pecadora.
La imagen de María Magdalena fue influenciada por diferentes formas de pensamiento de modo que, se fue configurando el arquetipo que conocemos en la actualidad y que triunfó en su momento (especialmente en el sigo XVI-XVII): mujer de piel blanquecina, cabellos largos (normalmente con un tono rubio) que poseen una gran carga erótica y con algún elemento en su vestidura de color amarillo para remarcar su cualidad de pecadora. En algunos casos sus vestiduras llevan también elementos de color blanco, símbolo de pureza ya que fue curada por Jesús.
La simbología de los colores no es anecdótica y muchas veces, para poder comprender todo su significado debemos rastrear la historia, de ese modo nos daremos cuenta de la pervivencia de tradiciones ancestrales en nuestra cultura.
MJD