La llegada del Papa Francisco supuso una renovación mediática de la imagen de la Iglesia, que Juan Pablo II y Benedicto XVI descuidaron. Los medios mostraban a un hombre despojado de caprichos que tenía la misión de adaptar la Iglesia católica a los nuevos tiempos. Las declaraciones que el Papa hacia desde el avión se volvieron a escuchar con atención y hubo gente que abandonó esa terrible frase simplista de “yo soy cristiano pero no creo que en la Iglesia”.

La reforma de Francisco es tan abrazada por el mundo mediático como ignorada por los sectores más conservadores de la institución. La última gran contribución a la misma es ‘Los dos papas’, dirigida por el solventísimo Fernando Merielles (Ciudad de Dios) y distribuida para toda la galaxia por Netflix. La Santa Sede inclusó colgó un póster promocional del film.

Más allá de unas interpretaciones estupendas (a cargo de Anthony Hopkins y Johnatan Pryce) y de que la película pueda resultar entretenida, una lectura desde el debate católico de ‘Los dos papas’ la deja en un acto de propaganda que, si bien plantea correctamente muchas de las cuestiones pendientes de la Iglesia actual (poder, pobreza, diversidad sexual, responsabilidad sobre los casos de abusos, relación con estamentos totalitarios) no deja oxígeno para el discernimiento. En realidad, la película busca justificar una enmienda a la totalidad de las preocupaciones de Benedicto XVI y la sagrada unción de Francisco cómo el enviado a llevarla a cabo, casi de una manera mesiánica. Un momento que ejemplifica esto es la escena en la que se están confesando: en menos de cinco minutos, el perdón pasa de redimir el colaboracionismo con la dictadura argentina de Bergoglio y empoderarle, a disculpar con la boca pequeña a Benedicto XVI por su silencio ante los abusos sexuales a menores. Los dos casos son igualmente censurables y redimibles, y en mi opinión, una mancha muy difícil de borrar, mucho menos a través de una película.

El Evangelio admite varias lecturas, y con ella, sus correspondientes ámbitos del debate. Algunos de estos tienen una base meramente ideológica. Los creyentes nos preguntamos cómo el Mensaje de amor total de Jesús se ha de adaptar a los marcos morales de la sociedad sin perder su esencia. Así ocurre con el papel de la mujer en la Iglesia, o con la respuesta cristiana a los postulados neoliberales que se han instalado en los gobiernos occidentales y que están llamados a contaminar el resto del mundo.

Yo tengo una opinión personal sobre estas cuestiones, pero hacer un retrato del papel de dos Papas en la Iglesia Católica con un sesgo puramente ideológico, es injusto. La misión de la Iglesia católica, y por tanto nuestra visión como católicos sobre ella y sus estructuras de poder debería superar los mecanismos del poder mediático, en primer lugar, y nuestra propia ideología, en segundo, en favor de una lectura del Evangelio que no sea movida por intereses ajenos a ella. A la contra, el juego dialéctico de ‘Los dos papas’ es un producto meramente propagandístico, una visión santificadora de Francisco, que si bien plantea correctamente las preguntas, se asegura de introducir un importante sesgo en las respuestas en beneficio de lo pop.

Alvaro G. Devís