«Se nos da nuestro lugar en el tiempo como se nos dan ojos: débiles, fuertes, claros, bizcos; nosotros no elegimos. Bien, ésta ha sido una época bizca, con glaucoma para nacer. Por suerte, cuando la mayoría ve la distorsión como algo normal, nada grotesco parece extrañarnos y sólo es anormal una visión clara». GORE VIDAL. Juliano, el apóstata

Dice Fr. Jesús Sariego en su lúcida y honda ‘Carta de Navidad a los frailes de la Provincia de Hispania’: “Cada vez que ponemos la Palabra-en-diálogo, cada vez que logramos oírnos los unos a los otros la encarnación de Dios, en cierto sentido, tiene lugar. Este paso de la Palabra y sus lenguajes a la realidad de la carne conecta con nuestra propia realidad. Cada uno de nosotros somos, en cierto sentido, una suma de experiencias vitales”. Como dice, también, Michael Barlow en su hermoso librito ‘Diario de un profesor novato’, “somos lo que somos por los encuentros que hemos tenido”. Los encuentros, las experiencias vitales, los libros que he leído y disfrutado, lo sufrido y llorado, lo reído y gozado, las personas que he amado y me han amado, los viajes, todo ello me constituye y configura como persona y como fraile dominico. En todo ello está la mano de Dios. Por eso hoy quiero compartir algo de lo vislumbrado.

Ser dominico es tener pasión por la verdad, ejercitarse en una actitud crítica, una actitud alerta e insobornable.

Ser desde la gratitud contemplativa, siempre abierta a la trascendencia y acogedora del Espíritu. Cultivando la actitud contemplativa y orante, la capacidad de asombro y el perdón sin servilismos.

Ser desde la libre austeridad de los que asumen a vivir a la intemperie, como compromiso gozoso/doloroso con el Reino.

Ser dominico implica la afirmación de la caricia, del beso, de la ternura, de la creatividad lúdica y artística.

Y la pasión por la justicia que movió siempre a Santo Domingo. Y el compromiso por la paz verdadera y la denuncia profética siempre al servicio de los más pequeños y pobres.

La comunidad y fraternidad por encima de razas, de sexos, de credos. Y el reconocimiento de la diversidad como riqueza, como expresión del amor multicolor del Dios-Madre-Padre de Jesucristo y nuestro.

Y, finalmente, hablar lo que se cree y creer lo que se habla. La utopía del Evangelio y la esperanza del Reino siempre en el horizonte.

Ricardo Aguadé