En el principio ya existía la palabra…

Y la Palabra se encarnó y habitó entre nosotros…

Evangelio según S. Juan

Y la Palabra se hizo palabras: esperanza, amor, libertad, dignidad, verdad, compasión, fraternidad, justicia, Dios… Dios nos regaló su Palabra y sus palabras, y el adviento eclosionó en Navidad.

Cada uno de los versos de Un lugar en la palabra, el recién publicado poemariode Sara Bárcena de Cuendias, rezuma la Palabra y nos acercan al Dios encarnado en Jesús de Nazaret, porque la belleza y la hondura del alma, siempre nos aproximan al insondable misterio de Dios.

Dice la poetisa cubana Dulce María Loynaz: “Yo dejo mi palabra en el aire, sin llaves y sin velos. (…) Nada hay en ella que no sea yo misma”.

En el poemario Un lugar en la palabra, encontramos palabras en el aire y, en sus versos no hay nada que no sea el Amor que todo lo impregna, sustenta e impulsa. Un lugar en la palabra es un canto a la vida, la pasión y el amor. Un lugar en la palabra nace de la experiencia honda, del latir de la vida y de un Dios intuido, vislumbrado, sentido, llorado, orado y sufrido y, sobre todo, un Dios encarnado, que lo empapa todo y todo lo sustenta. La poesía de Un lugar en la palabra es ‘generosa de amores, imposible de cálculos, tierna de manos, inoxidable de corazón, aficionada a las estrellas’.

El poemario es una ofrenda, un homenaje al amor encarnado, un canto a la amistad. Compañera, amiga, maestra de poetas, cantautores, escritores, periodistas, pintoras y, sobre todo, de buenas personas. A todos Sara los conoce a todos por su nombre, pero sobre todo los distingue por la singularidad de sus miradas.

El poemario también nos obsequia con las ilustraciones de Sara Canteli, hija de la autora, joven artista de 20 años, cuya pintura bellísima rezuma poesía, fuerza y pasión. No puede uno imaginarse mejor acompañamiento.

Poesía que dignifica lo humano, que no hace entender que la aspiración y el disfrute de la belleza nunca pueden estar separados de un profundo anhelo de justicia que recoge el clamor de tantas tristezas descalzas:

… me gusta mirar a la gente,

morirme en la sinceridad,

mi arrogante insumisión.

Dictarle a la eternidad que sea propensa al encuentro.

Escuchar rumores de ángeles colgados en las miradas.

Resistirme a no callar, perderme entre las palabras.

Reflejada en el cristal, observarme frente a la ventana

y apagar con agua el cigarrillo,

mientras pienso que a ti me saben las palabras.

… me gusta extraviarme entre la gente,

cuidar tristezas descalzas

e inventarme cartas.

Pasear la noche desierta ordenando nostalgias,

y sonreírte a ti desde la esquina.

Volar de nuevo a tus brazos,

a oscuras recorrer nuestra casa,

llegar a tu luz y cegarme,

amanecer en tu mirada…

Ricardo Aguadé