Me cuenta una amiga que a las mujeres que llegan a España en patera las marcan como vacas. Mi amiga está extrañada porque por su trabajo sabe que últimamente, no hay mujeres nigerianas en las calles de València donde antes se las veía. No están en las calles, no están en los polígonos, no están cerca del puerto… ¿Dónde están?

Mi amiga tiene, a su vez, un amigo policía que es quien le ha contado que las mujeres que vienen en patera traen las uñas pintadas de colores, con los colores de las banderas de los países a los que tienen que ir. Así, la mafia de turno sabe en qué barca tiene que subirlas. Porque sí, claro, son mafias quienes las sacan de sus países, las trasladan a través del desierto en larguísimos y penosísimos viajes, donde son violadas y maltratadas, y las trasladan a Europa en lanchas, pateras e, incluso, en barcas hinchables de juguete. ¿Quiénes van a ser si no?

Cada negativa para entrar de forma legal en Europa genera más dinero para estas mafias porque la gente que quiere venir, que necesita huir de su tierra –nadie se va de su casa y de su familia si no tiene una buena excusa– busca la forma para poder hacerlo. Y si en España uno de cada cinco hombres –según un informe de la Universidad de Comillas para el Gobierno– ha pagado recientemente por sexo, alguien tiene que seguir trayendo mujeres “carne fresca” cada vez más jóvenes y siempre recién llegadas, para nutrir ese mercado de la explotación sexual y seguir enriqueciéndose a su costa.

Lo de las marcas en las uñas me ha generado aún más rabia contra las mafias, sí, por tratar a mis hermanas y hermanos, mujeres y hombres que buscan una mejor vida, como ganado; pero también, y especialmente contra la Unión Europea y sus gobernantes, que no trabajan por idear un sistema que reduzca el sufrimiento a las personas.

En la ciudad de Madrid tienen más luces que nadie y la bola de Navidad más grande de la vida, pero hay familias enteras con niños durmiendo en las calles. En València, las mujeres nigerianas ya no están en las calles, porque quienes abusan de ellas ya habrán encontrado la manera de explotarlas mejor. Pero hay quien dice que la violencia no tiene género y que los españoles primero. Y yo digo: a lo peor es que la violencia es del género tonto y los españoles y españolas somos los primeros en empezar a darnos cuenta de ello y a hacer que las cosas cambien.

¡Ojalá!

Olivia Pérez