A veces puede que utilicemos la palabra bienaventurado sin pararnos a reflexionar, de forma seria, lo que verdaderamente significa. Esto puede ser porque la subjetividad ha desempeñado un papel excesivo a la hora de un significado riguroso.

El valor fundamental que encontramos en la palabra bienaventurado nos remite a un amor universal. Un amor sin fronteras ni discriminaciones que llega incluso a quienes no nos quieren bien. Es un amor que llega hasta nuestros enemigos. Se trata de un amor que busca superar las diferencias entre los seres humanos, pero que también es una crítica para todas las barreras que atentan contra la dignidad de las personas.

Bienaventurado es aquel que ha sentido, bien adentro, que se encuentra soportando el peso del mundo, el peso de la humanidad; bienaventurado es aquel que ha sentido una inquietud sin tregua porque quisiera abrazar a todo el mundo, salvarlo y, siempre, llega tarde; bienaventurado es aquel que ha sentido alguna vez que ser persona es abrazar compasivamente al otro que descoloca y altera. Por ello, bienaventurado… bienaventurado no se puede llamar a cualquiera.

Fr. Ángel Fariña, OP