El domingo por la tarde nos volvimos a concentrar en Valencia por la escalada de violencia y de muertes que se vuelve a producir en Palestina y que, como siempre, afecta más a los y las de siempre: los menores de edad y las mujeres, civiles indefensos que mueren, resultan heridos o pierden lo poco que tienen cuando los cohetes salen y entran de Gaza.
Noté los ánimos algo más caldeados que cinco días antes, el martes, en una convocatoria previa: más gente, esta vez más personas no-palestinas que acompañaban el dolor, y gritos más enérgicos contra la fuerza ocupante.
Por eso me gustó especialmente una pancarta que sostenía una chica: «Nuestra libertad es incompleta sin la libertad de los palestinos». No sé si hace falta decir mucho más. Solo dos cosas. Una sobre la compasión y otra sobre el orgullo.
La filósofa valenciana Adela Cortina hablaba el fin de semana en RNE sobre la compasión. Esa realidad tan maltratada y mal vista en nuestra sociedad actual. No es empatía y tampoco nos sitúa por encima de la otra persona. Compadecerse es poner el corazón en el otro o la otra, es “llorar con quien llora y reír con quien ríe”. Y sí, ahora, son nuestros hermanos y hermanas palestinas quienes necesitan que dejemos de mirar para otro lado. Nosotras, las de a pie, pero también las Administraciones, los países, los organismos internacionales. ¿Cómo podemos alardear de nuestra propia libertad —igual le suena cercano esto a quienes viven en el centro de España— cuando hay dos millones de personas viviendo en una franja de tierra de unos 300 metros cuadrados de la que no pueden salir ni para huir de las bombas?
Sobre el orgullo anoté hace unos días una frase de la película Kuessipan (véanla si pueden). «El orgullo es algo que se construye. Para tenerse en pie hay que creer primero que se es legítimo». El pueblo palestino se siente orgulloso de quién es y eso se nota, allí y aquí, cuando visitas ese país dolorido y en las concentraciones llenas de personas jóvenes que gritan por su libertad y por una justicia que les es esquiva. Están de pie porque se saben con legitimidad para ello. Solo falta que el resto seamos conscientes
Olivia Pérez