Qué mal están las cosas. La pandemia, sumada al resto de circunstancias, nos ha metido el miedo en el cuerpo. Algunos estudios, como los que presentaba el CIS a finales del año pasado, indicaba un daño grave las perspectivas vitales, especialmente entre los jóvenes: casi el 80% de los encuestados afirmaba temer al futuro y casi tres de cada cuatro sentía miedo por no poder recuperar su vida tal y como era antes. ¿Qué se puede hacer? ¿a dónde vamos a ir a parar? Nada, a ningún sitio. Parece que la aprensión nos paraliza, no iremos a ningún sitio, nos quedaremos aquí guardados, en el lugar de escondernos.
Encontramos ahora en Pascua una respuesta distinta en las primeras palabras del Jesús resucitado: id a Galilea, allí me veréis. Es esta la primera instrucción a los discípulos; en el peor momento, tras el aparente fracaso de la cruz, en mitad de todo ese desconcierto, con el dolor que sentirían, sin saber ya qué hacer ni a donde ir, acontece una esperanza, un peregrinaje al lugar del primer amor, de la primera llamada, que es una vuelta a casa, donde Jesús, vivo, les precede. Los discípulos se ponen en camino porque allí esperan verlo.
El camino a Galilea, en esta esperanza, es el movimiento propio de la Pascua, el viaje del recuerdo a los días en los que fuimos rescatados de Egipto, en los que fuimos llamados en la orilla del lago, en los que conocimos al maestro. ¿A dónde iremos?, ¿qué haremos? En nuestro corazón, primero y siempre, a Galilea, y después, desde allí, de la mano, a cualquier lugar. Pero el primer movimiento bueno es este, el que orienta bien al corazón, pues donde el corazón se inclina, el pie camina.
Están mal las cosas; es importante saber a dónde ir y saberse llevado de la mano. Así lo escribió Etty Hillesum en su diario: “gratitud, siento de pronto una fuerte gratitud. Dios mío, tómame de tu mano, te acompaño sin resistirme. No rehuiré nada de lo que me llegue en la vida, lo asimilaré con todas mis fuerzas, pero dame de vez en cuando un breve instante de tranquilidad… Me gusta estar protegida por el calor y la seguridad pero tampoco me rebelaré si entro en el frío, siempre y cuando sea de tu mano. Iré a todas partes de tu mano y quiero procurar no tener miedo”.
Creo que la misión es este lugar a donde nos dejamos llevar de la mano. Pero, sea donde sea, nuestro corazón está primero en Galilea con Jesús resucitado; esta es la primera coordenada, la que da sentido a todo.
David, voluntario de Selvas Amazónicas