En los santos -hoy Santa Catalina como días atrás san Telmo o santa Inés- hay algo de excesivo, de extremado, de radical y de carismático que muchas veces se confunde -o nuestro mundo lo ve- como locura.

               Hay como una distancia de incomprensión con nuestro mundo que nos hace pensar o sentir que son de otro mundo y no ya solo de otro tiempo. Que hoy sería inconcebible. Que hoy serían locuras tantas de sus palabras, sus acciones, sus experiencias. Que hoy no es posible ni vivir ni pensar así.

               Y eso deja una profunda tristeza en el alma.

               Como si Dios nos hubiera abandonado…

               Como si nosotros hubiéramos abandonado a Dios…

               Como si nuestro mundo hubiese envejecido tanto -en medio de la comodidad, la cobardía, la tecnología y la civilización- que hubiese perdido la capacidad de soñar o de vivir de otro modo. Que hubiese renunciado a vivir de otro modo. Que hubiese perdido el valor para vivir de otro modo.

               Y sin embargo…

               ¿Y si se pudiera vivir y soñar y caminar y hablar como esos santos de ayer pero hoy?

               ¿Qué valor, qué fortaleza se necesita para hacerlo hoy?

               ¿Cómo se alcanza esa situación en la que el amor de Dios puede más que el mundo en el que vivimos?

               Catalina, hoy, nos dice que se puede si el amor de Dios que todo lo abrasa, es capaz de abrasar la propia vida. Pero es necesario quemarse en el amor a Dios. Amar con todo el ser. No a medias. No en momentos. Que Dios sea todo y solo lo que ocupa cada pensamiento, cada emoción, cada idea, cada sueño, cada proyecto.

               Si amasemos de verdad a Dios, podríamos vivir como esos santos, aunque el mundo no lo entendiese.

Vicente Niño Orti. @vicenior