Llevaba tiempo pensando cómo podía ser que la Covid-19 no hubiese atacado tanto en un país como la India. Quienes hemos estado allí, hemos vivido el concepto de superpoblación. Es como estar a la salida de un evento deportivo, social, cultural o festivo constantemente. No hay separación entre viandantes. Es imposible no respirar el aire que otras personas respiran, y por tanto, pensaba yo, que o faltaban a la verdad en el número de contagios, o algo pasaba que el virus allí no era tan potente como en otras naciones. Pero esta semana, ha saltado la noticia. La muerte reina en el país. El virus está arrasando y, lo peor, no hay forma de acceder a un hospital. Las personas agonizan en la calle y los cuerpos se incineran amontonados.
Por otro lado vemos que países como Nueva Zelanda, tienen cero contagios, ¡cero contagios!; o Israel, que ha logrado quitar las mascarillas en espacios abiertos porque el 50% de la población está vacunada. En EEUU vacunan a pasos agigantados; y en Europa, que vamos más lentos, al menos ya tenemos a nuestros mayores vacunados y lo único que nos preocupa es la vacuna que nos inyectarán, y que no nos toque la “lotería del trombo”.
En la XXVII Cumbre Iberoamericana que se celebró en Andorra el pasado 21 de abril, el Presidente de la República Dominicana, Luis Abinader, afeó el comportamiento de los países más potentes en su acaparamiento de las vacunas contra la Covid-19; y es que, es ahora cuando más se ven las diferencias entre países empobrecidos y países enriquecidos. Nuestros hermanos y hermanas, tienen más difícil el acceso a la sanidad y a las vacunas, sólo por ser residentes de países con menos capacidad económica. Y eso, no puede ser. O mejor dicho, no debería ser.
La lógica del Evangelio nos dice que no podemos dejar atrás a nuestros hermanos. Pienso en las Misioneras de la Caridad de Calcuta (las de la Madre Teresa), y no puedo ni imaginarme lo desbordadas que deben estar, con cientos de enfermos, sin voluntarios, contagiándose ellas también y a pesar de ello, estoy segura, entregando AMOR y dando la VIDA. O pienso en Aída, religiosa Teresiana, que desde España se vuelve a Venezuela porque no sabe estar aquí cómodamente mientras su pueblo sufre la doble crisis. Rezo por ellas, y por todos los misioneros y misioneras que continúan dando vida ahora más que nunca. Y pido, como el Presidente de la República Dominicana, que la solidaridad impere en esto de la pandemia, porque así, sin ser científica ni nada que se le parezca, llego a la conclusión que, o nos salvamos todos juntos, o poco vamos a lograr.
Maite Moreno.
Laica Dominica.
Voluntaria de Selvas Amazónicas.