Releía hace unos días algún fragmento de Cartas del Diablo a su sobrino, esa obra de C.S. Lewis en la que utiliza el género epistolar como pretexto para narrar cómo el mal intenta, sin descanso, arrimar siempre el ascua a su sardina.
Y nos topábamos con que uno de los primeros párrafos del libro, el Diablo le dice lo siguiente a su sobrino para enseñar cómo tentar a humanos:
El mero hecho de razonar despeja la mente del paciente, y, una vez despierta su razón, ¿quién puede prever el resultado? Incluso si una determinada línea de pensamiento se puede retorcer hasta que acabe por favorecernos, te encontrarás con que has estado reforzando en tu paciente la funesta costumbre de ocuparse de cuestiones generales y de dejar de atender exclusivamente al flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas. Tu trabajo consiste en fijar su atención en este flujo. Enséñale a llamarlo “vida real” y no le dejes preguntarse qué entiende por “real”.
Qué bien visitar a los clásicos para reflexionar sobre lo importante. En este caso, poco imaginaba C.S. Lewis lo actual que iban a volverse sus palabras. Ya no nos piden experimentar o vivir… directamente juegan con nuestras emociones: “Cuidado, que vienen los (insértese grupo no afín)”. En este caso, exaltando el miedo, y con ello la deshumanización y la intolerancia.
No me cansaré de decirlo: señalar a la gente como “un (introduzca calificativo)” es negar, de antemano, cualquier posibilidad de entendimiento. No ser capaces de razonar sobre nuestros miedos nos hace esclavos de las emociones. Lo contrario del razonar, que nos libera de ellas y nos permite, de verdad, ser nosotros mismos.
Pero a un nivel mucho más cotidiano, esta invasión de las emociones es más intensa que nunca. Instagram, Tik tok, Youtube… se han convertido en una serie de estímulos sin pausa que nos aturden y no nos dejan el tan necesario silencio para abrirse a la realidad. Porque ese “flujo de experiencias sensoriales inmediatas” es, en realidad, la metralleta que aniquila el pensar. Y, con ello, la libertad.
La esclavitud a través del miedo o del placer; entre ambas, la diferencia es nimia.
Asier Solana