‘Contemplata aliis tradere’. La vida contemplativa presupone una particular pedagogía del decir, pero también del mirar. Aprender a mirar es un aprendizaje preliminar que posibilita educar nuestra interioridad y espiritualidad. Es más que el hecho de ver, pues supone acostumbrarnos a ver con calma, con paciencia, sabiendo ir más allá de las apariencias. Esta forma de ver supone dejar que las cosas, los acontecimientos y, sobre todo, las personas se nos acerquen a los ojos y lleguen a nuestro corazón; es educar el ojo para una profunda y contemplativa atención.
He aquí nuestro reto como cristianos y dominicos: aprender a ver con la mirada de Jesucristo, haciendo nuestra su forma de mirar.
Hay un síndrome relativamente novedoso, el síndrome FOMO (fear of missing out), que los psicólogos definen como miedo a perderse algo. Es un trastorno producido por el estar continuamente conectados a la red.
Sin embargo, hay quienes prefieren formar parte de una nueva tribu urbana cada vez más numerosa: la de los desconectados. La forman, personas que, voluntariamente, han decidido escapar de la necesidad de hiperconectividad.
Creo que a nosotros también nos vendría bien desconectarnos. Desconectarnos para aprender a ver como Él. Desconectarnos para conectarnos a Él y al otro y a la vida.
Vuelvo a nuestro reto inicial: aprender a ver con la mirada de Jesucristo. La mirada de Jesús es distinta. A nosotros nos cuesta ver más allá de las apariencias, de las etiquetas, de la superficie. Si aprendemos a ver como Jesús, transcenderemos los límites y miserias del otro y sabremos «ver» más allá. «Ver» al otro, no solo donde está «fallando» sino en lo que lo hace querible para Dios.
Dice el relato evangélico que Jesús comía con publicanos y pecadores, y «los fariseos, al verlo» lo juzgaban por ello. Jesús nos muestra lo sanador y liberador que es mirar al otro como lo mira Dios. Mientras que la mirada enjuiciadora «mata» al otro, la mirada misericordiosa lo «resucita», abriéndole la puerta hacia una nueva vida. Como la mirada de Jesús a Mateo. O la que tuvo con la Magdalena. O con la samaritana. O con Pedro cuando cruzaron sus miradas en la Pasión. Como la mirada que nosotros mismos hemos experimentado por parte de Jesús cuando nos llamó o cuando necesitábamos su perdón para continuar.
Ricardo Aguadé