Estaba yo viendo el final de la primera temporada de Star Trek Discovery, quizá porque Netflix quiere que me sume hasta la tercera que se está emitiendo ahora y me pareció bien un poco de aventuras. Y, de repente, en medio de tanto entretenimiento sin demasiada sustancia, una frase del último capítulo: “No hay atajos a la virtud”. Aquello me golpeó, y de qué manera.
Primero, por lo denostada que se encuentra la palabra virtud. Pocos de aquí sabríamos decir cuáles son las cuatro virtudes cardinales y las tres teologales, así de memoria (así se nos recriminaba a los católicos en un reciente artículo en un medio de comunicación), cuando, queramos o no, están ahí.
Además, creo, aquella frase llegó en un momento clave. Hay ocasiones en la vida en las que la tentación está más cerca que nunca y uno desea encontrar ese atajo para que salgan las cosas o, simplemente, para dejar de sufrir. Pero eso es imposible, los malos trances están y si te roban los principios, te roban a ti. Y eso no puede ser.
Así que no, no hay ningún tipo de autopista para la vida, si es que uno quiere vivirla auténticamente (quizá esto suene más familiar que ‘virtud’). He de decir que algo de eso podemos aprender, también, de muchos que han estado antes que nosotros. Muchos, es cierto, han optado por dejarse llevar por aquello que es aparentemente fácil. Pero, si te roban quién eres, te quitan lo que no te podían quitar excepto si les dejas. Recobrarlo luego es difícil (posible, pero difícil).
Y caer es fácil, porque siempre hay excusas para autojustificarse. Funcionan durante un tiempo, hasta que un día el espejo no nos permite mentirnos más y tenemos que afrontar la realidad. Y la realidad de la vida es que, si de vez en cuando no duele, no estás viviendo. En eso, nosotros, como cristianos, tenemos una gran oportunidad para ser contraculturales, casi antisistema. Además, tenemos todas las de perder (aquí), pero eso sería, en realidad, nuestra gran victoria: porque no renunciaríamos a nosotros mismos.
Asier Solana