La vida y el mundo nunca fueron simples y, hoy, menos que nunca. Pero es esta una realidad que a veces buscamos olvidar construyendo variados ‘mundos de Yupi’, también eclesiales y educativos. Creamos unos invernaderos anacrónicos, enfrentados con el mundo ‘de fuera’, que es complejo, inhóspito a veces y, casi siempre, desafiante.
Me pregunto porqué nos asustan tanto las ‘incertidumbres’ cuando son precisamente las certezas las que son incompatibles con la fe y el Evangelio nos invita a vivir a la intemperie.
Aquello de ‘una vez para siempre’, lo inamovible, lo de ‘toda la vida ha sido así’, ha perdido su encanto, si es que alguna vez lo tuvo. Pero la religión sigue apostando por afianzarse en la razón de los dogmas, creyendo que así se puede llegar a unos adolescentes y jóvenes que (con todos los ‘peros’ que les queramos poner) se mueven por la razón del corazón. Así, pues, ¿cómo encajar nuestras «certezas» en la realidad de aquellos que disfrutan con el cambio y cambiando? Habitamos una realidad «líquida», un mundo VICA (volátil, incierto, complejo y ambiguo).
¿Pero acaso esto no juega a favor del Evangelio de Jesucristo? En nuestra “pastoral” nos sobra “pensamiento previsor” y falta “pensamiento visionario”. Frente a una pedagogía de la fe que opta por la conformidad, la estabilidad, la sumisión, lo bueno conocido, que castiga a los que proponen alternativas, los lúcidos, los que enseñan pensar y a disentir… Arriesgarse, desinstalarse, no acomodarse en algo permanentemente para siempre ¿acaso no rima más y mejor con la aventura del Evangelio? Vende todo lo que tienes… ¡Ven y sígueme! No vuelvas la vista atrás… Los pájaros tienen nidos y las zorras madrigueras, pero…
Cierta dosis de incertidumbre y de misterio son los ingredientes necesarios para dar intensidad a la vida, son la salsa de la auténtica experiencia espiritual. Si eliminamos la incertidumbre de nuestras vidas, de nuestras aulas y parroquias (¡por miedo!), matamos la vida y el Espíritu y evidenciamos nuestra poca fe y confianza en Él.
Creo que la simplicidad es un mito de algunas formas de entender la vida religiosa. Y lo que nos pasa con nuestros alumnos o con los adolescentes-jóvenes de nuestros grupos, es que como tenemos miedo a que la ola de complejidad les de un revolcón, les prohibimos bañarse, en lugar de enseñarles a surfear.
Ricardo Aguadé. @RicAguade