Parece que vamos llegando a la normalidad. No sé si nueva o vieja, pero todos estábamos deseando poder volver a salir, reencontrarnos, comprar, tomarnos una cervezita… La normalidad es eso que dejamos en suspenso el 14 de marzo y que va regresando, poco a poco.
Pero no sé si tiene mucho sentido regresar a cierta normalidad. Al menos para mí, no lo tiene. En estos días de cierre de centros comerciales y tiendas en general, hemos ahorrado. No gastábamos sino lo necesario para comer cada día y los suministros de la casa. Realmente nos hemos dado cuenta de cuántas cosas no son necesarias.
Estando en casa, quienes la teníamos, y teletrabajando, quienes hemos podido vivir así la cuarentena, nos hemos dado cuenta de que no hace falta regresar a esa vida de ir corriendo a todas partes, siempre con la lengua afuera, sin apenas tiempo para disfrutar de quienes tenemos más cerca, de “los nuestros”.
La naturaleza ha recuperado, por unas semanas, la tranquilidad y la paz. Los niveles de CO2 se han reducido como hacía tiempo y los animales salvajes se han colado en nuestras calles, balcones, playas y jardines. Quizás no sea necesario recuperar los niveles de contaminación y de ruido previos a la pandemia, ¿verdad?
No creo que, como dice el lema, vayamos a salir mejores ni más fuertes, no al menos como sociedad. Pero sí creo que, de forma individual, somos capaces de proponernos pequeños cambios y ponerlos en marcha. Quizás esa pueda ser la “nueva normalidad”. Una en la que nuestras vidas sean más sosegadas; centradas en las demás personas y no solo en nuestras necesidades; pendientes de lo que ocurre a nuestro alrededor y no solo alrededor de nuestro ombligo. Quizás sea el momento de regresar a una “normalidad diferente” en la que cada una de nosotras (las personas) nos acordemos de cuánto hemos echado de menos a las otras personas, de qué cosas son verdaderamente importantes y necesarias y de qué podemos hacer para mejorar la vida de quienes nos rodean. Esa sí que sería una buena “nueva normalidad”.
Olivia Pérez