No sabemos el número de infectados por COVID-19. Tampoco el número de muertos. Ni siquiera podemos afirmar, muy bien, cómo empezó a propagarse la pandemia en nuestro país, ni podemos asegurar con certeza cuáles fueron todos los focos importantes, solo algunos. A decir verdad, tampoco sabemos muy bien cómo el primer humano se infectó de este virus.
Tampoco sabremos si esta semana tendremos mascarillas en las farmacias aunque, eso sí, sabemos que tendrán un precio máximo cuando las haya. No sabemos cuándo habrá tests suficientes y suficientemente fiables, ni por qué todavía no los hay.
Ni siquiera nos han contado si hay un plan para salir de todo esto. Parece ser que tiene un nombre: “desescalada”. Pero no sabemos muy bien en qué consiste y cómo serán los plazos… ni siquiera parece que lo tengan claro quienes tienen que decidirlo, ese comité de expertos cuya lista de miembros… tampoco sabemos.
Nadie puede saber a ciencia cierta cómo será el mundo dentro de un año, aunque parece claro que será muy diferente a como era hace dos meses. Muchas son las preguntas: ¿Hasta dónde llegará el paro? ¿Cuántos más tendrán que pedir para comer? ¿Cómo nos recuperaremos? ¿Acaso nos recuperaremos? ¿Cuándo?
Sin embargo, algunos parecen tenerlo todo muy claro. Normalmente son los más cegados por su ideología, ya sea roja, verde, azul, morada, naranja o el color que quieran elegir.
Yo me atrevo a saber dos cosas. La primera, que hay que aferrarse a la esperanza como al último clavo ardiendo del precipicio. La segunda, que hay que saber qué no sabemos y deberíamos saber y después, hacer el esfuerzo lo que no sabemos.
Asier Solana