Una de las cosas que marcó el paso de la Edad Media a la Modernidad fue la primacía que ganó la noción de “voluntad”. Parece increíble cómo las ideas y las conductas se van configurando mutuamente en cada época. El pensamiento Escolástico tradicional acabó dando paso a la separación entre razón y voluntad con que se iniciaría el sentir moderno. Se da la paradoja de que una concepción pesimista del ser humano, como en la que muchos aspectos encontramos en Guillermo de Ockham o, en casi todos, en Martin Lutero, sientan las bases del individualismo y el voluntarismo de la Modernidad.
La posmodernidad en la que estamos inmersos es, en muchos aspectos, una borrachera de Modernidad. Al final, la absoluta voluntad individual parece haber reemplazado a la Absoluta Voluntad Divina de la que hablaban los últimos medievales y los primeros modernos: la realidad es lo que decidimos que sea. No hay más fundamento que el querer, y así construimos todo lo que existe “ex nihilo”, o mejor dicho, en realidad no hay construcciones sociales, sino creaciones. Un absolutismo voluntarista donde todo parece poder estirarse como un chicle sin fin.
Creo que sería bueno recuperar un cierto realismo moderado. La realidad y los conceptos que sobre ella versan son dos cosas diferentes. Reconocer la relación dinámica, no estática, entre ambas esferas no significa que podamos determinar a voluntad, sin referencia a nada, qué es el ser humano, qué es la realidad.
Ignacio Antón