Dice Friedrich Nietzsche que “el amor es el estado en el cual, la mayoría de las veces, el hombre ve las cosas como no son”, y, en cierto sentido, creo que es una apreciación muy acertada.

El amor –el verdadero, no el de “San Valentín”– no se resigna, sino que más bien se rebela, invitándonos a ver las “cosas” de otra manera. En este sentido podríamos decir que tiene un punto de locura, pues el que ama ve otra realidad, o ve la misma realidad de otra manera, o es capaz de ver aquello que no se percibe ‘a simple vista’.

Creo que es lo que le pasaba a Jesucristo, que fue acusado y condenado por blasfemo, hereje, loco, inadaptado y… ¡terco! Sí, porque divina terquedad fue su empeño en no ver lo que ‘estaba mandado’, sino en ver más allá, en ver lo que se escondía tras las apariencias, los convencionalismos, los ritualismo religiosos y sociales. ¡Aprender a ver! Este es el más difícil de todos los aprendizajes.

Lo que se nos vende como “esto es así, es la realidad, lo correcto y verdadero”, en muchos casos no es más que el resultado de falta de sentido crítico, de tanto pensamiento único y monolítico, Por eso, volviendo a Nietzsche, sólo el amor puede enseñarnos a ver las cosas ‘como no son’, es decir, a verlas como realmente son.

“No hay pensamientos peligrosos, el acto de pensar es un peligro en sí mismo”, decía Hannah Arendt. Yo me atrevo a decir: no hay amores peligrosos, el acto de amar es un peligro en sí mismo. Es quizás por esto por lo que se ha inventado esto de San Valentín, para que no lleguemos a descubrir la verdad sobre el amor. Y es que sólo la verdad no hará libres.

Ricardo Aguadé, OP