Hace unas semanas, Asier escribió un artículo en La Llama llamada Enemigos Íntimos, en la que hablaba de la confrontación política a partir de la formación del nuevo gobierno. Se ilustraba con una foto bastante mediática, en la que Pablo Iglesias e Iván Espinosa de los Monteros se reían en una recepción del Rey el Día de la Constitución Española. A pesar de que el propio Pablo Iglesias defendió el momento, yo soy uno de los que se molestó. Y de los que, por el contrario, defiendo que los alumnos más excelentes no le quisieran dar la mano al entonces ministro Wert o que Piqué negara el saludo al Rey Felipe VI. Me intentaré explicar.
La vida de un político, a diferencia de la vida de alguien que vende pan, tiene un carácter dual, que diferencia la esfera privada con la pública. La esfera privada implica todos aquellos lugares donde no representa su cargo político: cenas familiares o con amigos, andar por la calle para ir a comprar, ir a la comunión de su sobrina, etc. La espera pública es todo aquello que no es privado, desde un tuit, hasta cualquier acto político que implica una representación del pueblo (si es que acaso a la política le podemos dar esa fuerza representativa aún). Tanto en la esfera pública como en la privada, la ciudadanía ha de preguntarse por su ejemplaridad moral, que le legitima antes del cargo y se le ha de exigir cuando ya está en él y posteriormente.
Dicho esto, vuelvo a lo que quiero, al enfrentamiento político. Espinosa de los Monteros declaraba, en una entrevista reciente de El Mundo: “Nosotros hemos contribuido a la polarización, no lo voy a negar, pero hemos sido los últimos en llegar. La polarización ya estaba aquí antes. Somos el contrapeso, nos gustarían más debates sosegados, pero tenemos que compensar ese radicalismo del otro lado”. Hacemos mal si metemos “en el mismo saco” a toda la “clase política” porque “todos son iguales” y “nos van a robar igual”. Estamos haciendo un flaco favor a la democracia si creemos que la defensa férrea de los Derechos Humanos se puede comparar con un proyecto político que los amenaza. No podemos ser tan reduccionistas como para pensar que la promoción de lo común y la del individualismo excluyente merecen ponerse a la misma altura. A los políticos que creen defender la libertad y el bienestar de todo el mundo, viendo esta libertad y este bienestar en común con toda la población, les exijo que no normalicen, que no blanqueen al fascismo y la exclusión, que no perpetúen privilegios que matan. Porque no lo olvidemos, nuestros privilegios matan.
Dejando ya el ámbito político, es una perogrullada pensar que una persona, por el hecho de pensar algo, no merece el más mínimo respeto. Mi madre es mi madre más allá de dónde se sitúe en el espectro ideológico. El amor supera cualquier idea e ideal. Pero una cosa es el pensamiento y otro los hechos. ¿Tienen un padre o una madre el derecho a educar en el odio a sus hijas e hijos? ¿Se justifica la violencia racista y homófoba por tener un respaldo ideológico? ¿Cualquier marco moral vale? Otra vez, hacemos mal si colocamos una balanza. No es lo mismo quemar un contenedor que pegar una paliza. No es lo mismo decirle a tus hijos e hijas que amar está bien, a decirles que amar, aunque sea a veces, está mal. En la vida, hay buenos y malos, por eso Jesús amó hasta el extremo pero expulsó a los mercaderes del templo furioso. No lo olvidemos, nosotros también somos seres políticos. Cada acción que hacemos, cada palabra, construye un mundo y puede deconstruir otro. El respeto al prójimo no puede estar por encima de la creencia militante de que otro mundo, donde quepamos todos y todas, es posible.
Álvaro G. Devís