Muy a menudo, en ambientes eclesiales, se oye lo de buscar el punto medio. Es algo que también ha tenido su predicamento en política y siempre se llama algo así como la ‘tercera vía’, como una especie de calle de en medio. Parece que es posible situarse entre dos posturas de manera más o menos neutral y contentar a todos o, al menos, a la mayoría.
Cada día estoy más en contra de esa actitud. No es que haya sido una persona de quedarme en medio, pero dejadme que os diga: hemos entendido mal a Aristóteles con eso de que la virtud está en el punto medio. En primer lugar, porque para entender a este filósofo hay que entender que es él quien fija cuáles son los extremos y, normalmente, la realidad es la que te dice cuáles son dos posturas. En segundo lugar, porque el punto medio no significa ‘la mitad’.
Por poner unos ejemplos: no puedo situarme en ‘la mitad’ entre alguien racista y alguien que no lo es, por ejemplo. O entre alguien que dice que habría que matar a 500 millones de personas para luchar contra la superpoblación mundial y alguien que dice que no. ¿Matamos a 250 millones de personas?
Tampoco puedo quedarme en el punto medio entre quien quiere explotar a un inmigrante en un trabajo mal pagado sin papeles y otro que defiende contratarle legalmente. Y, así, podría poner muchos ejemplos por día.
Huir del punto medio como quien huye de la peste no significa que, existiendo varias opciones, no pueda apreciar argumentos válidos en ambas. Y, precisamente, la solución a eso no es ‘buscar un punto medio’ sino coger lo bueno de uno y de otro.
La verdad, o lo mejor, no se encuentra en un regateo entre lo que pienso y lo que piensas. El hecho de hablar no debería ser para ver quién cede más, sino para, juntos, discernir qué es lo correcto. Que a veces tendrás razón tú, a veces, yo, y muchas otras, ninguno de los dos.
Asier Solana