El viernes vinieron dos amigas de Sevilla a mi casa, que comparto con dos amigas y un amigo más. También vino Álex, que conoce a todos, y así pasamos todo el fin de semana con la casa totalmente ocupado de gente, con poca movilidad pero muy buen rollo. Cuando se fueron el domingo, llegó Lucas de Madrid, que avisó con 20 horas de antelación que se quedaría tres días con nosotros, y mi lunes libre, que iba a ser un día de relax encerrado en mi cuarto, acabó siendo una jornada de ir de aquí para allá. Ayer y hoy se quedará también Rosabel, que acostumbra a venir un par de días a la semana, y Diego se pasó anoche para estar con nosotros y se quedó también.
Me da por pensar en la preciosa canción (muy navideña, diría yo) de Jaume Sisa, que reza “Oh, benvinguts, passeu passeu, de les tristors en farem fum, que casa meva és casa vostra si que hi ha cases d’algú” (oh, bienvenidos, pasad pasad, de las penas haremos humo, que mi casa es vuestra, si es acaso hay casas de alguien). Y pienso en las veces que me han acogido otras casas, otras personas. Cuando se habla del pilar dominicano de la comunidad, muchas veces se enfoca a la vida de los propios frailes, pero yo creo que también abarca cada momento desde nuestra infancia en la que nos hemos sentido acogidos y acogidas. Que cada encuentro, cada visita, o incluso un simple abrazo, puede convertir nuestras casa en las casas de cualquiera.
Y por ende, pienso en estas ideas que parecen estar en retroceso: acoger, valorar lo colectivo, crecer con y no contra, ceder… Supongo que nos toca a nosotros y a nosotras, que hemos crecido en nuestra fe con esta base de la común, reivindicarlo en cada gesto, y convertir nuestra vida en hogar para los demás. En Reino de Dios, si me apuras. Porque, a pesar de toda la crispación que vivimos alrededor nuestro, y tal como acaba y se llama la canción de Sisa, “qualsevol nit pot sortir el sol” (cualquier noche puede salir el sol).
Álvaro G. Devís