Para encontrarse con Dios creo que hay algunos lugares que están sobrevalorados a pesar de su secular prestigio: catedrales, santuarios y otros recintos sacros donde nos gusta creer que tenemos a Dios a buen recaudo. Tampoco el espiritualismo desencarnado facilita el encuentro, más bien lo contrario. Dios no gusta de las prisiones, ni entiende de límites; tampoco le gusta esa tendencia de ciertas personas piadosas de apartarle del latir de la vida y de su variopinto y excitante acontecer.
Los recintos “sacros” tienden a prohibir la caricia y los besos. También sospechan de lo placentero y dificultan bastante lo que brota espontáneamente del alma y del cuerpo. La verdad es que ciertas formas de entender lo religioso eliminan muchos lugares sugerentes y sumamente propicios para encontrarnos con Él.
Sí, ya sé que cualquier lugar es bueno, pero hay lugares que ensanchan el espíritu y afinan los sentidos, que serenan nuestro cuerpo y lo ponen en sintonía. Hay lugares que a Él le gusta más frecuentar por su diáfana frescura verdadera.
Creo que un lugar sumamente propicio son las artes y el deleite ante la belleza. Quien aprende a admirar y gozar la belleza será rebelde e insumiso, y, sobre todo, sensible ante toda injusticia que denigra al ser humano. La pintura, la música, la poesía, la novela, el teatro, el cine son, sin lugar a duda, lugares sumamente propicios para encontrarnos con Él desde lo profundamente humano. Por ello es tan urgente educar(nos) en la sensibilidad y el gusto por la belleza.
También el silencio, la soledad buscada (esa que no tiene nada de ser un solitario) son espacios/tiempos sumamente propicios para el encuentro con Dios. Somos seres demasiado ruidosos, hablamos tanto y escuchamos tan poco. ¡Tantas palabras sin alma que, en realidad, no dicen nada! Urge redescubrir el paseo atento y silencio, solo o en compañía, el disfrute de la naturaleza y la mirada contemplativa.
Y, finalmente, la amistad. Amistad a lo largo como nos dice Biedma en su precioso poema. La amistad verdadera es uno de los lugares privilegiados para encontrarnos con Dios. La amistad es belleza, deleite, silencio compartido y soledad sonora. La amistad, como todo amor verdadero, nos empuja a mirar a un mismo horizonte, un horizonte de verdad y de justicia, de rebeldía y lucha comprometida. La amistad nos conduce a encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, a encontrarnos con el Dios que nos habita y sustenta.
Ricardo Aguadé