Debe de ser mucho más difícil ponerle sellos de correos a una pompa de jabón que afeitar globos hinchables, que es, según cuentan, una manera que tienen de entrenar su destreza quienes afeitan con navaja.
“¡Qué locura! -pensaréis- ¡Ponerle sellos a una pompa de jabón!”. Se trata de una de las muchas y geniales imágenes que utiliza Michael Ende en su Historia interminable. En la Ciudad de los Antiguos Emperadores, Bastián, el protagonista, se encuentra con una multitud de personajes, a cada cual más extraño, uno de los cuales no desiste en su empeño de intentar ponerle un sello postal a una pompa de jabón. Probablemente aún sigue intentándolo.
Lección magistral la que nos da el escritor alemán a través de su famosa novela acerca de la necesidad esencial que tiene el ser humano de la ficción y la fantasía, pero también de sus límites y peligros.
Todos los habitantes de la Ciudad de los Antiguos Emperadores, como nuestro jabonoso filatélico, han sido presa de sus propios deseos que les han ido alejando cada vez más de la realidad. Han quedado esclavizados por sus deseos hasta dejar de saber quiénes son y qué sentido tiene lo que hacen, perdiendo todo contacto con las personas y lo que les rodea. Sus deseos les han encerrado en sí mismos.
Podríamos decir que el ser humano es un animal de deseos: son los deseos los que nos mueven y nos motivan. Nunca me ha parecido asumible el discurso oriental de que la felicidad está en la eliminación de todo deseo ya que desear sería la causa del sufrimiento por sentirse privado de aquello que se desea. Pero el puro deseo, desear sin discernir, nos puede alejar de los otros y, en consecuencia, de nosotros mismos.
Para llegar a ser feliz hay que desear el Bien, por un lado, y orientar la voluntad hacia él, por otro. El deseo nos recuerda que somos seres incompletos, necesitados. No podrá ser feliz aquel que no acepte confiadamente y con esperanza que la satisfacción de los deseos más profundos que tenemos solo se alcanza acogiendo un don que se nos da.
Michael Ende lo llamaba en su Historia interminable “hacer tu verdadera voluntad”.
Ignacio Antón