Después de muchos años en esto de la enseñanza-educación estoy convencido que lo que busca el ‘sistema educativo’ es borrar las diferencias y vernos como personas deficitarias, estigmatizando lo no hegemónico. Se potencia, en el fondo y en la forma, lo ‘normal’ y la ‘normalización’ de conductas, de formas de pensar y de ser. ¡Cómo si lo normal fuese necesariamente lo deseable y correcto!
En la mayoría de las ocasiones, detrás de tanta terminología pedagógica, de la que los currículos oficiales y los idearios de las instituciones educativas están repletos, se esconde el intento de ocultar la incomodidad y el conflicto que suscitan las diferencias, que suscitan el niño/a, alumno/a diferente.
Como dice L. Peluso, nos encontramos con cuatro marcos desde donde se conceptualiza a quienes se alejan de la norma (los ‘no normales’ o ‘a-normales’): diferentes y diversos, especiales y discapacitados, desiguales y minorizados y, finalmente, los disidentes.
No me cabe la menor duda, que nuestro sistema educativo y nuestros centros escolares, aunque se les llena la boca con términos como ‘diversidad’, ‘necesidades educativas especiales’, ‘planes de atención a la diversidad’, ‘adaptaciones curriculares’, ‘inclusión’, etc., privilegian una cultura y unas identidades determinadas, intentando meter a todos en un cajón, borrando las diferencias y las identidades que ‘no encajan’. Se dice atender a la diversidad para normalizar y uniformar. ¡Qué todo parezca diferente, para que todo siga siendo lo mismo!
Qué distinta la pedagogía de Jesús, el de Nazaret, el Cristo. En la tipología anteriormente esbozada, él se situaría ante todo, entre los ‘disidentes’
Él, no sólo se hizo uno con los diferentes, diversos, especiales, discapacitados, desiguales, minorías y disidentes, sino que desde ellos y con ellos, dejándoles ser ellos, resaltando y potenciando lo mejor de cada uno, anunció y comenzó la construcción del Reino de los cansados y agobiados (Mt 11, 28), los hartos, los soñadores, de los hijos e hijas de la belleza multicolor que refleja la auténtica diversidad humana, expresión culmen del Amor de Dios y de la hermosura de su creación.
Hacen falta educadores que hagamos nuestra la mirada y la actitud, la pasión y la apuesta del de Nazaret. Hacen falta escuelas, colegios, espacios educativos disidentes, luminosos, cuestionadores, acogedores de los condenados por la obsesión normalizadora, desestabilizadores del desorden establecido y, sobre todo, llenos de amor y fe en cado uno: único, diverso y verdadero.
A la entrada de estos espacios educativos debería figurar en un cartel: “Venid todos los que estáis cansados de sufrir por ser diferentes y agobiados por intentar no morir en el intento”. Sois un regalo de Dios.
Ricardo Aguadé