En la actualidad, es difícil desligarnos de una necesidad de inmediatez y de rapidez en todo lo que hacemos. De hecho, en este preciso instante, podemos estar pensando cuánto tiempo estoy “gastando” en leer este artículo que podía estar consumiendo en otra infinidad de cosas (y la palabra infinidad probablemente se quede corta). Por tanto, intentaremos en unas breves líneas explicar la dualidad y la reciprocidad existente entre formación y misión.
Empecemos con la que, a priori, resulta más clara, la misión como modelo de formación. Y es que, cuando uno vive en misión, ya sea desde la misión cotidiana en el día a día hasta la misión en tierras lejanas siempre está aprendiendo. Aprendes, en primer lugar, de las personas con las que compartes la misión: su forma de ver al prójimo marcada por su experiencia de vida, su manera de afrontar las dificultades que aparecen, la dedicación y la mirada que tienen hacia los demás, especialmente hacia los más desprotegidos y vulnerables. Por otra parte, aprendes desde lo cultural, desde el entorno que te rodea, modos de vida. Tus categorías, jerarquías o clases pierden su sentido y se reconfiguran. Las ambiciones y los intereses quedan desfigurados e incluso, en algunas ocasiones, pasan a la categoría de absurdos y son, irremediablemente, sustituidos por otros de una mayor profundidad. Final y fundamentalmente aprendes de aquellas personas a las que va dirigida la misión. Ellos son el principio y el fin de la acción que realizas, es por ellos y para ellos por lo que estás allí y gracias a ellos te formas como persona y profundizas en el ser. Tres modelos de aprendizaje (pudiesen ser más) que se complementan.
Por otra parte, la formación como modelo para afrontar la misión. Últimamente, formarse previamente a una experiencia de misión ( entendida “misión” en el sentido más amplio, desde verla como una experiencia puntual, hasta comprenderla como un modelo de vida), ha pasado a ser de carácter imprescindible si es que queremos que la misión sea bien entendida y completa. Para afrontar un nuevo reto, un nuevo modelo de vida, se necesita entender las diferentes caras y aristas que tiene ese modelo. Se necesita conocer a personas que ya viven bajo estas categorías y que tienen (o han tenido) experiencia de misión. Se necesita entender muy bien el mundo donde nos movemos, analizar con minuciosidad las variables que conforman la sociedad que nos rodea (o nos rodeará si hablamos de una experiencia puntual de misión). No nos tienen que sonar raras palabras como inculturizarse. Tenemos que aprender que no somos imprescindibles en ningún lugar y quizás menos en la misión. Es más, tenemos que aprender que somos más que prescindibles y por tanto aprender a disfrutar de los momentos que nos regala la experiencia de misión. Es necesario aprender a escuchar y a callar, aprender a aprender. Tenemos que aprender desde qué perspectiva salimos a la misión, desde qué carisma, desde qué visión del otro, desde qué antropología.
Por último y no por ello menos importante, tenemos que aprender a conocernos, a mirar hacia nuestro futuro y señalar un camino donde la misión forme parte de nuestra vida o nuestra vida se convierta en misión.
Por todas estas razones y muchas que nos dejamos en el camino, necesitamos formarnos. Y, aunque hoy en día, se piense que la formación es aburrida y tediosa, no todos los estilos y metodologías lo son. Hay formaciones divertidas, profundas, interesantes, llamativas, que “te tocan el corazón”. Solo hay que saber dónde buscar. Nosotros, desde Selvas Amazónicas (Dominicos) proponemos un estilo de formación diferente, formado de seis fines de semana que pueden cambiarte la vida. Quizás después de esa formación creas como nosotros en ese binomio inseparable misión-formación.
Para más información: https://www.selvasamazonicas.org/
Dionisio F. Yáñez, voluntario de Selvas Amazónicas