Si estuviste en la Misa del Gallo igual tuviste suerte y en tu parroquia te leyeron, al iniciar la celebración, la Calenda de Navidad. Se trata de un texto litúrgico muy antiguo que se lee en esta celebración y que es una preciosidad. Si no lo conoces, te animo a hacerlo. Tienes una versión aquí:

https://liturgiapapal.org/index.php/celebraciones-liturgicas/ritos-particulares/173-la-calenda-o-anuncio-de-navidad.htlm

Del texto me gustan mucho unas cuantas cosas. La primera es que centra, en la historia, el nacimiento de Jesús: miles de años después de la aparición del ser humano en la tierra, trece siglos después de que Moisés saliera de Egipto, en la centésima nonagésima cuarta olimpiada y en el setecientos cincuenta y dos de la fundación de Roma… Y es que la venida de Jesús fue eso, encarnación, hacerse historia en medio del mundo, nos relata el texto… ¡Es una primera muy buena noticia!

Otra cosa interesante del texto es cuando habla de Belén, “ocupada por los romanos”. Qué novedad. 2018 años después Belén sigue ocupada. Ahora por Israel, que además la ha dividido con un muro de hormigón que prácticamente la ha aislado del resto de los territorios ocupados. Entre Belén y Jerusalén apenas hay 9 kilómetros. Sin embargo, hay personas que no pueden subir a la ciudad santa, familias que hace años no se encuentran para celebrar juntas la Navidad o la Pascua tan solo porque viven en una de estas dos ciudades o en otro lugar de los territorios ocupados y no tienen permiso para ir a Jerusalén. Lo que viene a decir que, pudiendo haber nacido en cualquier otra parte del mundo, en un palacio, en la capital del imperio –hasta en Bilbao, según el chiste– va Dios y hace que su hijo amado nazca allí, en una minúscula aldea en un territorio ocupado por los romanos, donde había gente sufriendo, cerca de quienes peor lo pasaban, entonces y ahora… Ahí es donde Él nace cada vez. Ese es el Dios en el que creemos.

Y dice además la Calenda: “estando el mundo en Paz”. Pues no creo que estuviera muy en paz, como tampoco lo está ahora. Pero fue en medio de la paz de una noche, y de una pareja, cuanto menos original, donde vino a encarnarse. 

A veces la liturgia se nos hace incomprensible por anticuada o por cansina, pero otras muchas, debajo de sus palabras y rebomboris, hay muchas cosas que podemos aprender de este Dios-Misterio que se nos encarna, se hace carne, uno de los nuestros, para mostrarnos el camino.

Olivia Pérez Reyes.

Periodista