Dicen que está siendo una serie muy seguida en una plataforma de televisión on-line pero yo he comenzado por lo que suele ser más recomendable la mayoría de las veces: leer la novela.
“El cuento de la criada” es de esas historias que se te cruzan y te atrapan y que, por más libros que tengas a medias no puedes dejar de leer hasta que lo acabas.
La escritora canadiense Margaret Attwood escribió a principios de la década de los 80 del siglo pasado esta novela intrigante que en demasiados momentos hace pensar en una muy posible, cercana y horrible realidad. Por eso es una distopía, es decir, una utopía en negativo, una historia que podría suceder en un futuro, no demasiado lejano y en un lugar, tampoco muy alejado del nuestro.
Attwood describe un mundo cambiante y explotado hasta la saciedad, con graves consecuencias, incluso para la natalidad, y que, al querer defenderse, se repliega sobre sí mismo y pone en el centro algunas extremas tradiciones. La novela se desarrolla en los Estados Unidos donde la sociedad es gobernada por una teocracia fundamentalista cristiana que persigue a todos sus enemigos entre los que se encuentran católicos y cuáqueros, además de quienes piensan o quieren vivir de forma diferente. Crean un falso matriarcado en el que a las mujeres con capacidad para traer bebés al mundo se les hace creer que son lo que hay que proteger por encima de todo, suprimiendo sus derechos fundamentales. No hay libros, no hay artes, no hay medios de comunicación -excepto los públicos, manipulados, claro-. Las mujeres, divididas en “castas” se alimentan, trabajan o no y hasta visten de acuerdo a su función social.
No sigo porque recibiré pronto ese “insulto” tan habitual hoy en redes sociales para quienes saben y cuentan más de lo necesario de series o películas… Os animo a leer la novela (la serie, como digo, no la he visto) y a pensar en serio algunos temas que propone y que nos pillan, desgraciadamente, tan de cerca. Y sobre todo, a trabajar para que situaciones como las que describe “El cuento de la criada” no se conviertan nunca en una no-distopía y pasen al mundo de las cosas posibles.
Olivia Pérez