Asistimos, casi sin enterarnos por las complicadas circunstancias en las que llevamos viviendo desde mediados de marzo, a la enésima reforma de las leyes educativas de nuestro país. En España da la sensación de que las reformas educativas siempre se hacen contra las reformas anteriores (incluso cuando estas han sido realizadas por el mismo partido político, aunque esta vez no sea el caso).
Todos coincidimos en que así no se puede seguir, que es necesario un pacto por la educación y bla, bla, bla… pero en la práctica ningún partido político parece dispuesto a renunciar a esta dinámica. En esta ocasión se da un agravante, y es que los cambios que se quieren introducir se hacen con pandemia y alevosía.
Poco antes de entrar en el oscuro túnel del COVID-19, del que parece que poco a poco vamos saliendo, tuve la ocasión de hablar a un grupo de universitarios sobre la importancia de que se formaran como personas y no solo como profesionales. Y les recomendaba vivamente que leyeran un texto de Ortega y Gasset que yo leí cuando era un joven estudiante de Filosofía. Se trata de su conferencia “Misión de la Universidad”. Un documento que sigue siendo perfectamente actual en lo esencial. La primera vez que lo leí me pareció que la intención de Ortega era hacer una defensa de las Humanidades. Y ciertamente así es, pero también es mucho más. La misión esencial de la Universidad es, según el filósofo español, transmitir cultura. Si se limita a formar profesionales e investigadores estará traicionando su finalidad.
La escuela, con más razón si cabe, no puede ser tampoco un lugar donde solo adquirir conocimientos y destrezas. En la forma de vida que hemos construido es, después de la familia, el principal lugar de socialización. Es verdad que debemos garantizar que no se convierta en un lugar de adoctrinamiento según la ideología del gobierno de turno, es verdad que en ella se debe garantizar el respeto a la pluralidad propio de una sociedad abierta y democrática, es verdad que en ella se debe educar en el esfuerzo por aprender. Pero para evitar esto no podemos pretender disociarla completamente de la familia y reducirla a mera enciclopedia.
Si hay algo que han podido experimentar nuestros hijos con esto del “cole online” es que ir al colegio es, por supuesto, aprender contenidos, pero también muchas cosas más. La experiencia ha servido, también, para que las pedagógicamente idolatradas TIC´s manifestaran sus inherentes limitaciones. ¿Olvidaremos todo esto cuando recobremos la ansiada normalidad?
Ignacio Antón