“Pastor, ¿qué ruta te conduce hacia el amor? Soy el dolor del mundo, Pastor, ¿quieres desposarme? Pastor, la negra noche cubre mi temeroso camino. Dame tus manos cubiertas de heridas. Ven y mantén la puerta abierta para que mis pequeños -los tuyos- entren a reposar” (Marie Nöel 1883-1967)
Escuchaba las lecturas del domingo pasado (3 de mayo) contemplando la figura del Buen Pastor. Sobre la alarma en carne viva, las ansias de salir para caminar un poco, husmear los colores y perfumes de la primavera, empujándonos fuera hacia la ciudad desasistida… Pero todavía el corazón y el cerebro bombardeados de noticias confusas, sobrevolados de miedos, y en el horizonte ese afán de inmunidad de rebaño, ¿es qué no lo pueden decir con otros términos?
Ayer, domingo 10 de mayo, el evangelio nos habla de caminos hacia una morada de paz y de vida, de senderos de luz y verdad. Así pues, he querido reflexionar sobre la figura del pastor, evocando la ternura que sugiere este icono, tan querido para los primeros cristianos y ampliamente representado en las catacumbas. El pastor, protección, guía, consejo, cuidado, pastos de luz, sombra amable y descanso. Justo esas cosas tan deseadas que no encontramos en nuestro mundo, es más, todo eso que los sectores de la sociedad más desfavorecidos reclaman desde un grito ahogado y silencioso, que nos ha pasado durante tanto tiempo inadvertido, grito sostenido que ahora clama en este desierto que lo es para todos, porque a los niños, a los ancianos, a los pobres, a los sin- techo, no se les oye, muchas veces tampoco se les ve. Con intención o sin ella se los ignora. Entretanto, ellos atraviesan puertas y fronteras de muerte, caminos de privaciones y olvido, umbrales difíciles de dolor que luego fácilmente los dirigentes (que no pastores) y los medios convierten en cifras abstractas. Pues las cifras ya no duelen, peor aun, ni siquiera avergüenzan.
¿A dónde iremos, pues, descarriados, como ovejas sin pastor? ¿Dónde abrevaremos nuestra sed de verdad, de justicia, si el don de la palabra ha sido sustituido por el mercado de las cifras, las mentiras, los cierres precipitados de conciencias, puertas y persianas?
Siguiendo el hilo de esas figuras evangélicas: pastor, puerta, camino, morada, veo que todas llevan un denominador común. Jesús nos dice que el buen pastor no salta ni asalta, es decir, no invade ni manipula nuestros corazones, no ignora nuestros duelos y heridas. El buen pastor (dirigente, gobernante, líder, etc., que lo fuera) debería entrar por la puerta con delicadeza y pidiendo permiso. Pero sucede todo lo contrario, el asalto, el engaño, la corrupción, la prevaricación, el insulto, es todo lo que encontramos a nuestro alrededor, incluso se mercadea con la pena, con la vulnerabilidad y con el miedo… Exasperando y confundiendo la razón. Primero la ideología, y luego todo lo demás.
Quieren la inmunidad de rebaño, nos dicen, sí, para que el rebaño sea industrioso y productivo, consumista dócil, rebaño temeroso y agarrotado. Desde el corral, que no redil de sosiego, ni abrevadero de paz, es más fácil controlar las conciencias.
Sin embargo, Jesús nos abre a otra mirada, desde este claroscuro pascual, nos dice ayer y hoy, que él es el Buen Pastor, que está a la puerta llamando, o sea, no invade nuestra libertad, él es también la puerta, pero no un portón de asalto, que deba ser asediado bajo el peso del terror, con amenazas proféticas y farisaicas de uno u otro signo.
En este claroscuro pascual, de camino hacia Pentecostés, pasamos por Emaús, asistimos a la pesca milagrosa, recordamos los hechos antiguos donde se narra el partir y repartir el pan, la salud, el entusiasmo de las primeras comunidades cristianas, y caemos en la cuenta de que pastor y puerta, estas metáforas tan hermosas como realidades de tránsito y esperanza, sólo se hacen reales si se encarnan en la herida del mismo Dios en Jesús, esa herida abierta en la cruz que atraviesa el cuerpo doliente del mundo.
Sagrario Rollán, voluntaria de Selvas Amazónicas
Un precioso recordatorio para quienes nos hemos educado y comulgamos con los principios del cristianismo, en el que no existe la inmunidad de rebaño porque cada cual es uno en sí y de esa manera es mirado por el Pastor. Si esa tesis se aplicara al cristianismo sí que existiría desde el principio de la humanidad esa inmunidad del rebaño ya que todas nacemos ya contagiados por el pecado original.
Muchas gracias Sagrario por tu artículo, tus palabras me ayudan y enriquecen.