El patrocinio de María en la Orden, se celebraba antiguamente en el aniversario de la fundación, el 22 de diciembre de 1216, pues siempre se consideró que precisamente en la misma fundación, la Virgen como abogada ante Dios mismo, había sido su impulsora. Con las reformas litúrgicas contemporáneas, se trasladó su celebración para el día 8 de mayo.
Y es que desde el origen de la Orden de Predicadores, su historia ha estado vinculada a María como protectora e intercesora de los miembros de la Familia Dominicana, tanto que incluso en la fórmula de profesión religiosa se la expresa, prometiendo obediencia a Dios y “a la bienaventurada Virgen María”. El propio Domingo cultivó y transmitió esa especial devoción a la Virgen, instituyendo por ejemplo el canto de la “Salve”, tras la oración de Completas, al finalizar el día, poniéndose así a toda la familia bajo su cuidado y especial protección.
Uno de los primeros Maestros de la Orden, fray Humberto de Romans, afirmaba: «La Virgen María fue una gran ayuda para la fundación de la Orden y se espera que la lleve a buen fin. Tenemos muchos motivos para pensar que la Virgen María es Patrona especial de nuestra Orden, apoyándonos en hechos ciertos acaecidos en los primeros tiempos. Por cuanto por mí mismo oí y por otras muchas cosas ya escritas en las vidas de los frailes, se ve que ella es madre especial de esta Orden fundada para alabar, bendecir y predicar a su Hijo y por esto ella la guía, la promueve y la defiende».
Pero, ¿qué significa que María protege a los dominicos, intercediendo como abogada?
Tal expresión remite a una cierta experiencia personal y comunitaria que tiene que ver con el desamparo y la fragilidad por un lado, y con la humildad y la confianza por otro.
La humildad y la confianza en tanto que el predicador asume que no es él quien lleva adelante su misión, es decir, que no es él quien acerca a la gente a Dios, sino que es Dios mismo quien toca el corazón de las personas, quien les susurra su voz o les hace intuir su rostro. Si bien lo hace a través de mediaciones humanas –la palabra del predicador, su testimonio, su persona, su figura- no es propiamente el predicador quien hace que los demás encuentren a Dios. En la relación con Él, es siempre Dios mismo quien toma la iniciativa. El predicador lo más que puede es pedir que Dios le ilumine, no ser un obstáculo para la intervención divina. Y ahí necesita protección, intermediación, socorro, ayuda. Que no sea un obstáculo mi miseria para que la gente se encuentre con Dios. La humildad y la confianza de María en su sí, han de ser fortaleza para el predicador que no se envanezca de su misión.
La experiencia de desamparo y fragilidad tiene que ver con la conciencia limitada de cada uno, con el sabernos pecadores, imperfectos, con saber que llevamos tesoros en vasijas de barro, que hacemos el mal que no queremos, y con la confianza y la fe que en la debilidad se muestra la fuerza de Dios. Pedir el auxilio, la intermediación, la protección de María, es reconocer que no somos dignos de la misión recibida, que tantas y tantas veces nuestra vida, nuestra conducta, nuestros pensamientos, nuestras acciones, están alejadísimas de nuestra propia fe, que necesitamos que el manto de María cubra nuestra vergüenza, que necesitamos una abogada que llena de misericordia nos presente a Dios, porque nosotros no nos atrevemos. La conciencia de la fragilidad y la experiencia del desamparo por el pecado, nos impulsan a agarrarnos a María como madre que entiende, que comprende, que cuida, que intercede.
María, Protectora de los Predicadores, cuida de nosotros, no te olvides de nosotros, cúbrenos con tu manto.
Fray Vicente Niño Orti, OP