Esta experiencia de confinamiento me está haciendo disfrutar de algo: de la lectura. Y me está haciendo disfrutar de libros que ya había leído. Libros que estaban ahí en la estantería, libros que en su día me ayudaron a crecer, libros que siguen conmigo porque no han quedado en el camino fruto de tantas mudanzas.
He «desempolvado» estos días uno que lleva bastantes años en mi pequeña biblioteca: «Razones», de José Luis Martín Descalzo (1930-1991). Quizá los más jóvenes no sepáis quién fue este sacerdote escritor y periodista, pero creo que no exagero al decir que fue alguien que marcó época en nuestro país ya que ayudó, y mucho, con sus escritos, a la hora de adentrarnos en los territorios humanos y divinos. Este enorme libro de 1325 páginas está dividido en cinco partes. Todas ellas nos hablan de razones: razones para la esperanza, para la alegría, para el amor, para vivir y razones desde la otra orilla. La pasada Semana Santa me adentré, una vez más, en «razones para la esperanza».
No perdamos la esperanza es, quizás, de las expresiones que más hemos dicho y escuchado durante este tiempo de «incertidumbre» y «enclaustramiento». Martín Descalzo nos dice que «hablar de esperanza no es un producto de ‘pastelería’, sino que la esperanza sigue existiendo a pesar de todas las zonas negras de la vida… que son muchas». Por ello tenemos que seguir diciendo esta expresión y seguir escuchándola. Porque al hablar de esperanza mostramos que no hemos perdido la ilusión; que no hemos perdido las fuerzas para trabajar por una humanidad mejor.
Estamos viviendo un tiempo muy duro. Lleno de dolor, sufrimiento y de noticias que nos taladran el alma y hacen que el corazón duela como jamás nos ha dolido. Pero incluso en esta situación tiene ondear una bandera de esperanza. Porque es ella, la esperanza, la que nos impulsa a gritar por un mañana en el que todo habrá pasado, en el que todo habrá cambiado, en el que todo será inundado por una nueva y apasionante realidad.
Fr. Ángel Fariña, OP