Hay un equilibrio natural en la vida de las personas que conjuga distintos elementos, y que en este confinamiento evidentemente se trastoca, pero que hay que intentar salvaguardar de algún modo. Es el equilibrio entre trabajo, relaciones, ocio, familia, movimiento físico, paseo, descanso, espacio intelectual, silencio… Si normalmente viene más o menos marcado ese equilibrio por el desarrollo cotidiano de horarios, obligaciones y deberes –salvo casos, que haberlos, haylos, de desorden vital, que yo conozco más de uno- en este tiempo de no salir de casa, el equilibrio tiene que venir de algún modo forzado por nosotros mismos, marcarnos rutinas y obligaciones, y guardar espacios –y cumplirlos- para las distintas actividades.
Esto me trae a la cabeza la mala prensa que tiene normalmente el término “rutina”, como algo tedioso, aburrido, inane, pero que guarda un fabuloso tesoro de sabor y sabiduría, que en condiciones normales no nos es dado reconocer. La rutina es el sabor de la repetición, como el juego del niño que pide y quiere todo “otra vez…”, es la sabiduría de descubrir la novedad constantemente, de la maravilla de mirar como si fuera la primera vez todo, es la sabiduría honda de ver cómo todo vuelve, porque todo es igual, pero a la vez todo es siempre distinto. Es el peso y el poso de la serenidad, de la seguridad, de la calma, del orden, de la estabilidad.
Todo esto venía a que esta situación es una inmensa tentación para no hacer otra cosa que dedicarse al ocio o al descanso, y la reflexión que así, nuestra vida, está siempre incompleta, aun confinada, porque el hombre jamás será sólo ocio y descanso. Dedicados en exclusiva al ocio y al descanso, perdemos muchas dimensiones de cada día, y muchas oportunidades de ser más y vivir más, aún en esta situación.
Vicente Niño