Mientras escribo este texto, en los inicios del mes de las candelas y del carnaval, sobre la ciudad de València se desploman 24 sorprendentes invernales grados. Hace apenas un par de semanas estábamos en plena Gloria, que más que eso nos trajo varios episodios de lluvias torrenciales y, sobre todo, el ataque de olas —de hasta ocho metros— nunca vistas en el Mediterráneo, que destruyeron de un plumazo varias infraestructuras malamente construidas demasiado cerca de un mar que de pacífico lago se tornó en violenta destrucción.
Pero no se preocupen demasiado por conocer las causas de esos desastres. En los medios de comunicación se han hartado y nos han aburrido con las consecuencias funestas que tenía en todo el arco Mediterráneo y también en el Norte de la Península, pero poco nos han contado de por qué ocurre esto —que sí, siempre ha ocurrido, pero, a mí me da que cada vez pasa con más virulencia y frecuencia, ¿no les parece? —. Poco o nada nos dicen de si esto tiene que ver con el cambio climático y, si alguien con cabeza, incluso alguno de nuestros representantes políticos, proponen repensar nuestras costas antes de volver a invertir un dineral en reconstruir, otra vez paseos marítimos, hay quienes se rasgan las vestiduras, sin más.
Con el famoso coronavirus o virus de Wuhan, está pasando algo similar, ¿no? Que si van no se cuántos muertos; que si no sé cuántos miles de infectados y ni sé cuántos millones de personas aisladas en las zonas afectadas; seguimiento al minuto de las repatriadas a España —esa españolización de las noticias me resulta cutre, no puedo evitarlo—; y hasta imágenes robadas al pobre enfermo alemán en la terraza del hospital donde pasa la cuarentena en mi Canarias querida (la verdad es que, no se me ocurre mejor sitio para estar en cuarentena, que en una terraza en La Gomera, ¿no creen?). Pero poco escuchamos de que este año van más muertos por la gripe común que por este nuevo virus o de que el suicidio es una de las causas de muerte mayores en nuestro país, por encima de gripes, virus o, incluso, el tan temido cáncer.
El periodismo espectáculo es lo que tiene… y eso que, tanto mi profesión como mi religión 😉 😉 me prohíben ver, leer o escuchar tele, prensa o radio basura y que intento informarme a través de medios alternativos a los masivos. Pero es difícil escapar de él porque se ha instalado en los llamados “medios serios”, incluida más de una cabecera nacional y alguna que otra televisión, incluso pública.
Cuando veo telediarios y telediarios y portadas y más portadas abriendo con noticias de este tipo, información espectáculo por doquier, no puedo evitar pensar en qué querrán que dejemos de mirar. Algo, mucho, se nos está escapando de nuestra atención mientras nos fijamos en el coronavirus, las olas de ocho metros o la gimnasia periodística de los pobres enviados especiales al epicentro de la tormenta —nevados, mojados e incluso, con agua hasta las rodillas—. Y no es que no sea importante estar informado de lo que pasa, sino que, las más de las veces, lo verdaderamente importante para la vida, y la vida buena, de los millones de seres que habitamos este planeta no nos lo enseñan los medios de comunicación, o no, al menos, aquellos que se consideran, de masas.
Olivia Pérez Reyes
Buena reflexión. Es información pirotécnica: está pensada para que el acto de informarse empiece y termine en la pieza informativa; que te escandalices, te emociones o te indignes de forma más o menos superficial. Pero, sobre todo, que te olvides pronto, que nunca te hagas preguntas y que no dudes de que lo que te sirven como noticia es la noticia.