La verdad es que entre las declaraciones y propuesta delirantes (por decirlo suavemente) de VOX y las “opiniones” de algunos obispos y cardenales de nuestra Iglesia sobre algunas cuestiones, uno pasa del estupor a la perplejidad (sin olvidar los correspondientes estadios intermedios: indignación, cabreo, impotencia…).
Lo que me parece más preocupante es que, en demasiadas ocasiones, ambos discursos se asemejan en exceso, se entrecruzan, se mezclan y se abrazan.
Además, algunos de nuestros prelados, tan prestos a poner el grito en el cielo (y al otro en la hoguera) ante los peligros del laicismo, del relativimo moral (que parece acecha por todas partes), al mismo tiempo, ‘silvan tangos’ (permítaseme la expresión coloquial) cuando se trata de condenar en público y sin paliativos los planteamientos racistas, homófobos, machistas y negadores de la dignidad de todo ser humano, por parte de los nuevos y no tan nuevos fascismo, que como la metástasis de un tumor maligno, se están extendiendo, también y de forma muy preocupante, entre los jóvenes.
Cuando oigo los pronunciamientos aberrantes de VOX y confluencias, parecen una auténtica blasfemia. Porque blasfemo es todo aquello que niega la dignidad de los hijos e hijas de Dios, todo lo que machaca y denigra al pobre, al extranjero, al diferente por el mero hecho de serlo. Blasfemo es todo discurso que invita y propugna actitudes que generan odio y violencia, despreció, todo aquello que impide que el Reinado de Dios se haga una realidad en nuestro mundo. ¡Ya basta de tanta blasfemia!
Ricardo Aguadé, OP