El mundo sigue girando, pero me he propuesto hacer una miniserie de ‘llamas’ sobre ciencia-ficción, así que me mantengo en la palabra. Y no es que falten ganas de hablar de ecología, política, y muchas más cosas. Pero hoy quiero mencionar ‘El hombre en el castillo’, serie que este otoño ha finalizado con su cuarta temporada, basada en un relato del escritor Philip K. Dick. En este autor encontramos la inspiración de grandes películas como ‘Blade Runner’ o ‘Minority Report’, entre otras. Así corred a la librería y comprad alguno de sus libros, por favor.
‘El hombre en el castillo’ es una ucronía: un pasado alternativo en el que los nazis han ganado la II Guerra Mundial y se han repartido a medias los Estados Unidos: el este forma parte del Reich, el oeste forma parte de Japón, y el centro es una zona neutral entre las dos grandes potencias surgidas tras la contienda bélica.
(aviso, a partir de aquí, spoilers)
Alguna de las escenas de la serie es sobrecogedora, como cuando se aprecia el lejano destello de la bomba atómica sobre Washington, o como cuando John Smith, militar estadounidense, decide rendirse y pasar a formar parte del ejército nazi, en el que va ascendiendo hasta convertirse en el ‘Reichmarshall’ en los años 60, una especie de gobernador de la América Alemana.
Pero esto es ciencia ficción: y resulta que ese mundo no es sino uno paralelo al nuestro, y se puede viajar entre ambos. Smith, en una operación secreta, envía espías a ‘nuestro’ mundo y prepara planes para su conquista. En una de las ocasiones decide viajar él mismo y, por curiosidad, ver a su alter ego… para descubrir que es un simple comercial. También, para descubrir que su mejor amigo judío está vivo y toman juntos una cerveza todos los domingos.
Y de esto va, en realidad, toda la serie. De cómo nuestras decisiones nos configuran y tenemos que asumir quiénes somos y preguntarnos si, de todas las posibilidades, somos aquella que querríamos ser. Vivimos solo una vez, y nuestras opciones irán diciendo si somos aquello a lo que estamos llamados a ser, o más bien obramos motivados por intereses equivocados. Al final, es imposible mentirse, algo que John Smith descubre demasiado tarde en esta historia.
Asier Solana Bermejo
Periodista en Ecclesia