Ha fallecido J. B. Metz, padre de la teología política, en la que se ha fundamentado la teología de la liberación. Decía Metz: “Tomé conciencia de que para mí ser cristiano significaba ser cristiano mirando de cara a Auschwitz, mirando de frente al Holocausto. (…) De ahí arrancan mis preguntas críticas (…) No existe para mí una verdad que sea posible defender de espaldas a Auschwitz. No hay para mí un ‘sentido’ que sea posible salvar de espaldas a Auschwitz. No hay para mí un Dios al que sea posible orar de espaldas a Auschwitz. (…) Por eso, desde entonces he intentado no hacer teología de espaldas al sufrimiento, visible o hecho invisible a la fuerza, que hay en el mundo… Fue uno de los motivos personales para desarrollar una teología política, del paso de una mística trascendental a una mística política del cristianismo”.
Sí, ser cristiano significa mirar a la cara el dolor, el sufrimiento, la exclusión que sufren millones de hermanos nuestros.
Metz aboga por una nueva política del reconocimiento a partir de relaciones de reconocimiento asimétricas, desde el recuerdo de los sufrimientos de los otros. Para él la ética de la democracia debe basarse, sobre todo, en la memoria. Una memoria que cuestiona la identidad firme y segura, o sea, una “memoria peligrosa” que más bien “debilita”, que deja brechas abiertas. La memoria de los que sufren da a la Iglesia y a la vida política una nueva forma de imaginar el dolor ajeno, a raíz de la cual habrá de madurar “una desbordante, insospechada toma de partido a favor de los débiles e irrelevantes”. Como dice Metz, “el amor mesiánico es partidista”.
En estos tiempos en que la tendencia predominante es la afirmación exclusiva y excluyente de identidades contrapuestas y enfrentadas, cobra una inusitada fuerza y vigencia el pensamiento del teólogo alemán. Aboga por una solidaridad con los vencidos, que nace del peligroso recuerdo de los perdidos y fracasados.
Hoy, que de nuevo (y ya es algo casi cotidiano), nos hemos levantado con la noticia de casi cincuenta personas desaparecidas (¡qué eufemismo!) en una petera que intentaba alcanzar las costas de las Islas Canarias, recordaba cuando Metz habla de “sufrimiento en la presencia de Dios”. ‘Sufrir a Dios’… ‘Sufrir el silencio de Dios’. Es una experiencia de Dios que tenemos sobre todo en la oración, cuando en ella hay una queja, una protesta, un grito -silencioso por pura impotencia- del que ora. Y es precisamente este grito la forma en que Dios está nuestro lado. Dios se nos hace presente en su silencio. La oración que surge de la compasión siempre busca justicia.
Ricardó Aguadé