Atravesamos unos tiempos en los que parece que si no protestas por algo es que no estás involucrado en la realidad en la que vives. Cierto es que ante infinidad de temas no podemos (¡ni debemos!) quedarnos impasibles, “viéndolos pasar” sin más. Pero, con tanto “ruido” que nos rodea, ¿somos capaces de discernir cuáles son los “líos” en los que debemos centrar nuestros esfuerzos? ¿podemos estar a todas las luchas? ¿nos centramos en alguna? ¿en cuál? ¿tenemos claro lo que queremos? ¿somos capaces de leer la realidad en la que vivimos desde la fe que profesamos?
A nivel Iglesia tenemos unos cuantos frentes abiertos, que queramos o no, se entrelazan con la realidad que vivimos tanto a nivel local, regional y global. Y ante ellos, tenemos dos opciones: o ser parte activa buscando el cambio, o bien quedarnos de brazos cruzados como si esto no fuera con nosotros.
Hay numerosos temas de Justicia y Paz que ya desde Familia Dominicana se vienen denunciando (y apostando por la búsqueda de vías para concientizar y buscar vías de solución): las protestas en El Seibo (República Dominicana); la situación en Venezuela; la violación de Derechos Humanos en India, RD Congo, y tantos otros; el drama de la inmigración y que aquí vivimos tan de primera mano con nuestros hermanos de tantos países africanos; la existencia de los CIEs y la falta de humanidad que representan; y un muy muy largo etcétera. ¿Hasta cuándo vamos a aferrarnos a la venda que tenemos en los ojos? ¿Cuándo vamos a querer ser conscientes de que todo está conectado? Lo que sucede en una parte del mundo tiene una consecuencia en la otra: para bien y muchas veces para mal. ¡Y en ambas direcciones!
Vuelve a efervescer el tema del papel de la mujer en la Iglesia. Me resulta paradójico, pues desde “el inicio de los tiempos” el papel de la mujer ha sido fundamental y fundante en nuestra Iglesia. Una Iglesia sin mujeres tan comprometidas, a todos los niveles, sería utópico. Como siempre, el problema está en las instituciones, no en las bases. En la realidad, en el día a día, en las comunidades, en las misiones, no se entiende una Iglesia sin mujeres (religiosas y laicas) “apuntalando”, luchando, generando oportunidades y cambio. Pero, en la jerarquía, en las instituciones, parece que se vive en una realidad distinta. ¿Por qué hay tanta resistencia a adaptarse a los tiempos que corren? ¿En donde queda el leer los Signos de los Tiempos? ¿Por qué tanta resistencia y miedo al cambio?
El Sínodo Amazónico justo termina, en el documento final vemos tanto temas de Justicia y Paz, Ecología y Creación, pero también salta el papel de la mujer en la Iglesia, la ordenación de los hombres casados, la creación de un rito “amazónico” propio (buscando que la comunión con los usos y costumbres ancestrales de los pueblos amazónicos), la denuncia contra los atentados contra los indígenas y su tierra, el rechazo a la evangelización al estilo colonialista, la descentralización de las estructuras de la Iglesia para una mayor sinodalidad, entre otros aspectos. ¿Somos capaces de ver la conexión con los temas anteriores?
Podríamos continuar la lista de ejemplos de temas de Iglesia y actualidad. Cada uno con sus matices, pero veríamos que en el fondo de la cuestión estaríamos girando en torno a los mismos temas. ¿Será esto una señal? ¿Será una llamada a que nos “metamos al lío” de manera local para poco a poco lograr un cambio global? Para mí no hay duda. La duda está en si, cada uno de nosotros, tendremos la voluntad de salir de nuestro pequeño mundo privilegiado para “incomodarnos” e intentar marcar la diferencia en algo más allá de nuestras nuestras cuatro paredes.
Mónica Marco es Historiadora del Arte, miembro del Consejo Internacional del Movimiento Juvenil Dominicano Internacional (IDYM), y ha sido voluntaria con Selvas Amazónicas en África.