Ayer 21 de mayo de 2019, se formalizó la constitución de la nueva legislatura política de España, al constituirse el congreso y el senado, la número XIII desde la instauración de la democracia.
Nos ha dejado ya algunas notas de cómo puede ser el ambiente que la acompañe –bronco, reivindicativo, frentista…- y algunas más que se intuyen: nula capacidad de escucha del adversario, nula voluntad de poner en duda los propios criterios, es decir, nula posibilidad del diálogo.
Nuestro país como proyecto de convivencia sufre muchos problemas, algunos de tal magnitud que lo ponen en peligro mismo de existencia. El desafío secesionista, los vientos de la economía con las inmensas desigualdades soportadas por los mismos de siempre, las realidades de la migración, la dictadura de la corrección política, la ingeniería social del salvaje capitalismo neoliberal, la despoblación rural, el suicido de la natalidad, la amenaza del futuro del estado de bienestar de pensiones y salud, las condiciones de los trabajadores a merced de una economía financiera que solo tiene ojos para maximizar beneficios… Por no mencionar esa situación de intento de expulsar cualquier referencia religiosa y trascendente de la sociedad, el echar a Dios de la vida de las personas por imposición, por manipulación, por limitación de la Iglesia, cuando no por la misma fuerza de la violencia y la intimidación al mejor estilo leninista, o la pérdida de valores y formas de relación tradicionales que aseguraban una convivencia en el respeto y el cuidado, o el inmenso auge de la tecnología, la perdida de sentido de la existencia como vocación que poner al servicio de más que uno mismo, la única búsqueda de la comodidad y el bienestar a través del ocio y el consumo…
Y por desgracia ver a nuestros políticos –o a la gran mayoría…- no inspira demasiada esperanza. Parece que no solo son incapaces de arreglar nada, sino que más bien se dedicaran a agrandar los problemas. Lo más terrible, para quien cree en el noble arte de la política, en el servicio al bien común y a lo público desde el desinterés y la generosidad, a la causa de la convivencia y de mejorar la vida compartida desde la honestidad y los valores, en quien cree en la clásica política cristiana, es la inmensa distancia entre los políticos y la ciudadanía. La gente normal y corriente de la calle vive en otras claves que nuestros políticos.
Lo cual aunque terrible –es condición de la vida en común que haya quien cuide de lo común…- es también una bocanada de realismo. No nos salvarán los políticos. Esto no lo arreglarán quienes ayer se sentaron en las bancadas públicas. Solo nosotros, la gente de a pié, normal y corriente, podemos poner algo de cordura y sentido. Y no es con un papel en una urna, sino con nuestra manera concreta y real de vivir y relacionarlos.
Vicente Niño Orti, OP