Claro que es terrible lo que ha pasado con Notre Dame: por ser una exquisita expresión del espíritu humano, por su belleza, por su significado artístico, histórico y espiritual.
Pero, cuando los discípulos reclamaron la atención de Jesús sobre el templo de Jerusalén, Él contestó: ‘no quedará piedra sobre piedra’ (Mc 13, 1-2). Con facilidad tendemos a olvidar que el verdadero templo de Dios son los seres humanos. Llegado el momento, no se nos va a preguntar por ningún templo, ninguna catedral, ninguna basílica, sólo por los seres humanos: ‘tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo…’. San Pablo nos dice que el templo vivo de Dios, donde Él habita, es el ser humano.
Sinceramente me parece que estos días hubo, hay, una sobreactuación con lo acaecido, sobre todo si lo comparamos con el silencio y la indiferencia ante terribles tragedias que cada día ocurren en nuestro mundo.
Imágenes de personas llorando mirando las llamas y vigilias de oración en las calles; todo el mundo parece compungido e impactado con la terrible catástrofe. Grandes multinacionales anuncian generosísimas donaciones para la reconstrucción (bueno, habrá que ver si desgravan o no) y las campanas de iglesias, basílicas y catedrales de todo el mundo tañendo en señal de duelo.
Me gustaría movilizaciones como estás y que las campanas de todas las iglesias sonasen ante la tragedia diaria que padece gran parte del continente africano; el dolor y sufrimiento del pueblo sirio; los cuerpos desgarrados por las ‘concertinas’ que separan nuestra opulencia de los desesperados del sur; las familias desalojadas por los bancos por no poder pagar sus hipotecas o alquileres; los niños que mueren de hambre o por falta de una vacuna que apenas cuesta 1 € y que millones es inalcanzable.
Ante los que lloran a Notre Dame y reclaman que se gasten muchos millones en reconstruirla con urgencia, me gustaría preguntarles si no merece nuestra indignación y clamor lo que está sucediendo donde millones de seres humanos son humillados, destruidos, aniquilados.
En el llamado mundo desarrollado hemos sustituido a Dios por la religión, olvidándonos del mensaje liberador de un Dios de Jesucristo que envió a su Hijo para que todo ser humano pueda vivir con dignidad.