Hay muchísima gente que suele identificar a la Iglesia con lo que dice el título de este escrito. Ser cristiana equivale a ser un ‘aguafiestas’: todo lo que mola es ilegal, inmoral o es pecado. ¿Por qué muchas veces damos esa imagen, especialmente los clérigos, la jerarquía? ¿Cómo de un Jesús tan vitalista, tan profundamente humano (por divino), tan conversador, tan festivo, tan positivo, pudo salir una Iglesia tan… ¡poco luminosa! (dejémoslo así)?
Viene esto a cuento de una cuestión que el otro día surgió en una clase de religión: ¿por qué la Iglesia, los obispos, dicen que sufrir es guay? Sí, ya sé que los medios de comunicación tergiversan, que esto y lo otro y lo de más allá. Pero lo cierto es que el mensaje que les llega a muchísimas personas es ese: ser cristiano equivale a recrearse en el sufrimiento, negar todo placer, huir de las alegrías, de la vitalidad. ¿Simplista? ¿Tendencioso? Es posible, pero…
Yo creo que el sufrimiento no tiene ningún sentido: ni es meta, ni tiene finalidad. El sufrimiento provoca, entre otras cosas, dolor, tristeza, falta de paz.
No quiero decir que el sufrimiento sea evitable, no lo es. El sufrimiento forma parte de la vida humana. Vivir y sufrir van de la mano. Incluso algunas de las experiencias humanas más hermosas y nobles (el amor, la lucha por nobles ideales, el compromiso con la justicia y la paz…) son inseparables de momentos de hondo sufrimiento. Si amas, si te comprometes con el Reino de Dios, con la Buena Noticia, vas a sufrir.
¿Se puede hablar de sentido cristiano al sufrimiento? Creo que el único sentido cristiano que se le puede dar al sufrimiento es asumir el sufrimiento que sin lugar a duda conlleva el compromiso por erradicar todo tipo de sufrimiento, al menos todo el que sea humanamente evitable.
No se trata de buscar el sufrimiento como si fuese un camino privilegiado que nos acerca a Dios, al estilo: “¡A Dios le complace que sufras! Cuando el sufrimiento llega, además de afrontarlo intentando no perder la esperanza, hay que hacer todo lo posible por eliminarlo o, al menos, atenuarlo. Es entonces cuando el sufrimiento nos humaniza y nos diviniza.
Jesús de Nazaret pasó haciendo el bien, curando, restituyendo dignidades, aliviando el sufrimiento. Jesucristo sufrió por un amor absoluto, pero ni quiso sufrir ni buscó el sufrimiento, ni hizo apología de este. La cruz sólo tiene sentido por el amor. Sólo el amor derrochado ‘da
sentido’ a los crucificados de la historia y a sus sufrimientos. Pero nuestro compromiso es acabar con todas la cruces.