Hemos comenzado el camino hacia la Pascua, este senda cuaresmal que cada año se nos propone como preparación para esos días tan hermosos y grandes como son el Triduo Pascual y en especial la noche santa de la Pascua.
Durante la Cuaresma lo más normal es poner el énfasis en la oración, el ayuno y la penitencia, prácticas cuaresmales que nos deben de llevar del egoísmo a la generosidad, del caminar solos por la vida a hacerlo de la mano de Dios, del ruido interno y externo a la paz que da la oración fundamentada en la Sagrada Escritura. Todo ello forma parte de la tradición de la Iglesia y como no de muchos de nosotros, en nuestra vida de fe. Pero quisiera dar un paso adelante e ir un poco más allá en esto del crecimiento en la fe, y por ello quisiera fijar la atención sobre la alegría del cristiano en estos días previos a la gran alegría de la Resurrección de nuestro Dios y Señor Jesucristo.
No está reñido hablar de alegría en cuaresma, no puede ni debe de estarlo. La alegría en primer lugar es un fruto del Espíritu Santo en la vida del creyente, por lo cual la alegría se hace una forma de vivir, de ver la vida, de darla a conocer y de estar en ella. La alegría del cristiano procede de algo más profundo que un tiempo determinado, un acontecimiento… Para nosotros la alegría nace del profundo convencimiento y de la experiencia de la cercanía, de la ternura y de la presencia de Dios en nuestra vida. Nunca camínanos solos por muy oscuro que el camino se encuentre ante nosotros. Nunca somos tan desastre como para que Dios no se ría y perdone nuestras meteduras de patas, es cierto que debemos de acercarnos con sinceridad y pedir perdón cuando hemos causado daño a otros y a la vez nos lo hemos causado nosotros mismos (porque no podemos ni debemos olvidar que los cristianos somos amantes de tres amores, amamos a Dios, al prójimo y a nosotros mismos), pero Dios siempre te espera para hacerte ver la mejor parte de tus tropiezos. Por eso debemos de acoger estos tiempo como tiempo de gracia, tiempo favorable para la salvación, para la alegría de sentir que en el corazón de Dios somos siempre acogidos, esperados, deseados.
Vivir la cuaresma con alegría, nos hace madurar en la fe. La limosna, el ayuno, la oración deben de tres ámbitos donde se alimente el amor, vivido con gozo profundo e inherente a nuestras obras, palabras y sentimientos. Alimentar, hacer crecer el amor es a lo que estamos llamados en esta cuaresma. Aprovechemos esta nueva oportunidad y enseñemos a todos como ese Amor es quien impulsa nuestra alegría y nuestra forma de vivir.
Feliz Camino hacia la Pascua
Rocío Goncet, OP