Siempre he sido muy de Navidad y de Adviento la verdad. De poner el Belén y el árbol, de decorar con luces, de poner villancicos como música de fondo, de caminar a ver las calles adornadas, de dulces y alegría de espera y de esperanza, muy de espíritu navideño vaya.
Pero este año reconozco que lo estoy viviendo de otro modo. Este diciembre tanta luz, tanto ruido, tanto ajetreo me cansan y me hastían.
No pareciera que nuestro mundo, en el que tanto dolor y miedo, tanta amenaza y confusión, tanta manipulación e interés se ven, tuviera hueco para la ilusión y la esperanza, para la sencillez y la bondad sin doblez.
No parece a simple vista que en este mundo –me resuena profundamente la última tragedia de la violencia contra la mujer con el caso de Laura Luelmo, pero hay tanto y tanto dolor en el mundo, tanta traición, tanto daño, tanta injusticia, tanto egoísmo, tanta hipocresía, tanta maldad…- haya sitio para el misterio del Dios amor que quiere nacer en cada corazón.
Las bombillas, los cantos, los ruidos, parecen vacíos, opacos, molestos este diciembre.
Quizás por eso, este Adviento y esta Navidad me han pedido silencio. El silencio de la espera y la esperanza aun contra tanta desesperanza.El silencio de la espera y la esperanza confiando que Dios siempre es más capaz que tanta oscuridad. El silencio de la espera y la esperanza empeñándome en que el amor siempre es más fuerte que el dolor y el miedo, que el bien siempre siempre terminará venciendo al mal. Aunque por momentos no sepamos cómo será eso posible.
El silencio ante el misterio. El misterio y el asombro de cómo un niño puede traer salvación, paz, plenitud, amor y esperanza, en tiempos oscuros, sólo puede contemplarse desde el silencio de la espera y la esperanza,de la confianza en que pese a tanta oscuridad, la luz llegó a nuestro mundo y quiere seguir naciendo en cada corazón.